jueves, 10 de mayo de 2018

Una charla en la escuela.

La abuela ha llegado acalorada. - "¡Está visto que no se le puede hacer un favor a nadie!" - ¿Qué ha pasado? - "¡Venía yo con la escopeta cargada y me encuentro a Bedulio con un sobre para mi!" - Estoooo... ¿he hecho algo malo? - "¡No te digo que el sobre era para mi!" - Ya, pero... ¿por qué lo traía aquí en lugar de llevarlo a tu casa? - "¡Porque es un vago! ¿ahora te enteras? ¡No es raro que España vaya como va!" - ¿Por mi culpa?

Puso los brazos en jarras y siguió gritándome: - "¿Es que en éste mundo no hay nada más importante que tú, boba de Coria? Pues sí que te tienes en un alto concepto" 

Llamaron a la puerta. Era una vecina que venía en representación de las demás de la finca. - Vengo a pedirle a tu abuela que te cuente de una vez, lo que le ha pasado porque tenemos que ir a la compra y no puede dejarnos con la miel en los labios.

Encantada al oír éstas palabras, le pidió que entrara y tomara un chinchón con nosotras mientras ella acababa el relato. La vecina se puso dos dedos en la boca y silbó como un carretero. En un santiamén se personaron las representadas, me llenaron la salita y se bebieron mi chinchón. Y encima, exigieron: - ¿No tienes unas patatillas, almendras fritas o aceitunas rellenas? - ¡No! - ¡Menuda anfitriona estás hecha! Así no te casarás nunca.

La abuela prosiguió su relato: - "Una de mis vecinas millonetis me pidió que fuera a la escuela de su niña a contar mi vida como si fuera la suya porque le da mucho corte hablar delante de la gente y su hija se lo había pedido. Lo hice encantada. Pero ni ella ni yo caímos en la cuenta de que nuestras vidas no tienen nada en común. Ella es rica desde la cuna y yo fui una proletaria hasta que apareció Andresito."

- "Les conté que las canicas las hacíamos con el barro que hacíamos escupiendo en la tierra. Ahí creí notar cierta apertura de ojos infantiles. Guardábamos los papeles y las botellas (les dije) para venderlas al trapero y ganarnos unos céntimos. No teníamos uniformes porque eran caros. Cuando conté que nos daban leche en polvo una niña vomitó. La hija de mi vecina."

- "Entonces me di cuenta de lo que pasaba. Todo era nuevo para ellas... y cutre a más no poder. Y me vine arriba.: El esqueleto para la clase de anatomía (no teníamos) lo vendió un trapero al colegio, era su abuelo. Algunas niñas se marearon. Las raspas de las sardinas que comíamos, día sí día también. debíamos llevarlas al colegio para que nos hicieran un caldo con ellas porque tienen fósforo y es bueno para el cerebro. (¡más vomitonas!) A veces, en el barrio, desaparecían perros y gatos. Eran los días en que el caldo era más consistente..." - ¡Abuela, te has pasado siete pueblos!

- "También les conté que la vieja momia que se guardaba en una vitrina, para salvarla de los insectos, andaba por los pasillos del colegio en las noches de tormenta. ¡Las niñas gritaban como posesas y yo me lo estaba pasando en grande! La maestra, sudorosa, me preguntó a que clase de colegio fui - ¡A uno que construyó la República! La pobre se desmayó y con ella, algunas niñas. La de mi vecina, por supuesto. Y ahora la madre me ha puesto un pleito ¡Encima que le he hecho el favor!"

Las vecinas corrieron a sus quehaceres y entre la abuela, Pascualita, que no paraba de hacer la señal de OK con sus deditos palmeados y yo, apuramos lo poco que quedó de chinchón antes de dormir una buena siesta.



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