martes, 17 de abril de 2018

No hay varita mágica que valga.

- Geooooorge ¿está la abuela? - Madame dormir. - Despiértala que tengo que decirle una cosa. - Imposibel. - Venga, hombre, que es urgente. - No, no and no. - ¡Inglés, me estás cabreando! - ¡No puedou! Madame decir que cortar mis cataplines si yo molestar. - ¡Cobarde! - Yes.

No hubo nada que hacer. El mayordomo me dijo que se iba a tomar un te y me dejó con la palabra en la boca. ¡Monté en cólera! pero como si hubiese montado en Babieca. Es duro el jodío.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaaa! ¿Has hablado con tu abuela? El Mago Cantalapiedra está desesperado. Dice que no puede trabajar porque un mago sin varita mágica, ni es mago ni es ná. - Supongo que tiene razón pero no será tarea fácil que se deshaga de la varita. - ¡Como es tu abuela! después de tantos años transcurridos no se le rebajan los ardores de la adolescencia. (Entonces me miró y dijo) Viéndote  y conociéndote, ella se lo llevó todo y no dejó ni un ligero calorcillo para ti, boba de Coria. - ¡Cotilla!

Poco después llegó el Mago. La Cotilla le puso al corriente de que no había varita. - Esperaré (el pobre estaba alicaído) - Para que no pierdas el tiempo puedes tratar de resolver el misterio del acuario. - ¡Sin varita no puedo! - ¡Pero si es un palito! - ¡Mágico! - ¡La madre que te parió!

La Cotilla puso en marcha su "gota malaya particular" dándole el tostón al pobre hombre hasta que, harto de oírla, se acercó al acuario, lo examinó detenidamente. Luego metió la mano en el agua y la agitó con fuerza. La arena y las algas formaron un remolino que atrapó a las pequeñísimas gambas-gordas-chinas llevándolas de acá para allá.

 De repente, entre  la turbulencia, vi subir como un misil a Pascualita. Supuse que había sido despertada bruscamente y me puse las gafas de sol por lo que pudiera pasar. Fue tan rápido todo que, ni la Cotilla ni el Mago Cantalapiedra la vieron. La sirena llegó al borde del acuario y sin pararse a pensar, soltó dos chorritos de agua envenenada: uno para cada uno. En un momento cuatro pares de ojos saltones, rojos y llorosos, que aumentaban de tamaño sin parar, me miraban suplicando ayuda.

Y mientras saltaban, lloraban, moqueaban, corrían dando vueltas a la mesa del comedor y gritaban como posesos, les di la medicina que mejor va para estos casos: el chinchón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario