sábado, 7 de abril de 2018

La merluza que cayó del cielo.

La Cotilla a venido hecha unos zorros. No daba pie con bola y parecía mareada. - Ha empezado pronto con el chinchón esta mañana. (le dije en plan crítico) - Siempre hablas de lo que no sabes. - ¡Echeme el aliento! - En mala hora lo dije. Por poco me tira de espaldas el tufo que salió de su boca. - ¡Aaaaahg, me quiere matar!

Sentada a la mesa de la cocina, balbuceó. - Llama a... tu abuela y... aaayyyy... dile que vengan a... comer ... aquí... - ¿A ésta casa? ¿a mi casa? ¡Ni hablar que siempre acaba saliéndome caro! - Eres una... ego... ísta. Aaaaaayyyyy. Creo que me estoy... muriendo... - ¡Ni se le ocurra morirse aquí! En caso que quiera alquilar habitaciones a turistas, el que haya habido una muerte, me haría perder clientes o cobrar menos. - Tú no... comerás... Aaaaayyyy...

Finalmente transigi y llamé a la abuela: - "¿Qué habrá para comer?" - Dile que... merluza... fresca... - Creo que se muere, abuela. - "¿La merluza?" - La Cotilla. - "Pero ¿has visto la merluza?" - Creo que "la lleva puesta" desde bien temprano jajajajajajaja - "Entonces ¿qué comeremos?" - ¡¡¡Merluza!!! dice.

La Cotilla durmió toda la mañana y yo me fui poniendo nerviosa pensando que no veía el pescado por ningún sitio y al final, me tocaría ir a comprar una. Por el rabillo del ojo noté como algo se deslizaba sobre las baldosas de la cocina. De un salto me subí a la mesa y grité: - ¡¡¡CUCARACHAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!! -

Desde las alturas y a salvo del bicho, miré con más detenimiento y me dio la risa floja. Era Pascualita
que había saltado del acuario al suelo y venía a pasar un rato conmigo... o eso creí hasta que pasó de largo, camino de la bolsa de la Cotilla. Una bolsa más mágica que la de Mary Poppins porque de ella salen las cosas más inverosímiles conseguidas a través de sus trapicheos.

La sirena consiguió meterse dentro y allí se quedó hasta que escuché acercarse a la Cotilla que ya se había despertado. Metí la mano en la bolsa y tiré de Pascualita que se había agarrado con manos y dientes a ¡una señora merluza! de la que se había comido casi la mitad.

Cuando nos sentamos a comer lo que quedaba, la vecina nos contó que el pescado no le había costado nada. - ¡Llovió del cielo y se estampó en mi cara! Fue una señal para que me la quedara. - Valiente excusa. - "¿Ese golpe te lo hizo ella?" -  Habrá sido el pescadero. - ¡Te digo que ha caído del cielo y estaba congelada! Me ha dejado grogui y creo que tengo conmoción cerebral. - ¿Por eso ha dormido tanto? - ¡Y bien que te has aprovechado para comerte lo que falta, avariciosa! ¡Y crudo. Qué asco!

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