martes, 10 de abril de 2018

¡Descubierta!

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaaaaaa! ¿Qué pasa aquí con tanta claridad? - la Cotilla, sin esperar mi respuesta, entró en la salita y gritó: - ¡¡¡¿Has montado un altar?!!! ¿Para que aparezca el Máster de Cifuentes? Te pasas la vida poniéndome a caldo cuando le pongo un altar a Luis Bárcenas, mi gurú, y ahora vas tu y... - ¡Quieta parada, Cotilla! Los tiros no van en esa dirección. - ¡Pero has montado un altar lleno de cirios ardiendo! - Sí... - Y puede arder tu casa con tanta llama... - Espero que no. - Poder, puede. - ¡Que sí pero no pasará nada!

Que pesada es ésta mujer. Se quiere enterar de todo y meter las narices en todo. - ¿Para quién es el altar? - Para nadie. - Me extraña. - Para... gastar las velas que dejo usted. - ¡Mentira! - Por si se corta la luz... - No cuela. - ¡Porque me ha dado la gana! - No saques los pies del tiesto, boba de Coria y cuéntame de qué va ésto.

Así estuvimos media hora. A mi se me acabaron los argumentos pero ella seguía insistiendo como la gota malaya y a punto estuvo de horadarme el cráneo  con su pesadez. Finalmente cambió de táctica. - Si lo adivino me lo dices... Humm... Dáme una pista. - ¡Ni hablar! - Mientras pienso pónme una tapa de queso mahonés con chinchón y unas aceitunitas.

Se tiró pensando hasta que se hartó de queso, de chorizo, de sobrasada, de un café con leche con magdalenas migadas. No tiene el estómago de una mujer vieja ¡es un saco sin fondo! Después de un buen eructo y de preguntarme qué comeríamos a mediodía, dijo - El altar es para que tu abuela no se entere de que ¡no estás embarazada del bisnieto! - Me llevé las manos a la cara y grité - ¡¡¡¿Cómo lo sabe?!!! - Me lo acabas de confirmar. - Y lo celebró con varios brindis de chinchón.

- La abuela me matará cuando lo sepa. - ¡Sí! - No se lo diga, por favor. - Depende... - ¿De qué? - De lo que gane con mi silencio. - ¿Me está chantajeando? - ¡Totalmente!

Furiosa, me acerqué al acuario donde Pascualita dormía plácidamente y di varios golpes con los puños en el cristal. - ¡No tiene vergüenza! - Ni tú. - (Vi como Pascualita subía a la superficie a toda velocidad y me retiré de su campo de visión) - Pero tengo un arma secreta ¡El ánima de mi primer abuelitoooooo! - Y justo en ese momento, la sirena lanzó, con su extraordinaria puntería, un chorrito de agua envenenada entre los ojos de la Cotilla.

Después del ritual de saltos, gritos, lloros, carreras, golpes contra las paredes, un dolor inmenso y los ojos tan hinchados que apunto están de saltar de las órbitas, se ha bebido tres cuartos de botella de chinchón y ahora duerme la mona... y luego no recordará nada.

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