lunes, 1 de enero de 2018

Nochevieja.

Voy arrastrando los pies, en plan zombi, por la casa. Apenas veo por donde ando porque las legañas se han hecho amigas del rimel y han hecho piña. Ahora no hay quien las separe y casi no puedo abrir los ojos... Pero anoche lo pasamos muy bien. O eso creo...

Para la Fiesta de El Funeral me puse un taconazo de escándalo, que si me caigo de esa altura me quedo sin tobillos. La Cotilla me imitó y acabó la noche apoyada en dos bastones que, vaya usted a saber a quién se los quitó, porque sin ellos no daba un paso.

Fuimos a Cort, a tomar las uvas ante el reloj del Ayuntamiento. Durante las campanadas hago trampas. Ya sé que no es un buen ejemplo para entrar en el nuevo año libre de pecados, pero si no empiezo a comerlas a la primera campanada de los cuartos, entro en 2018 con uvas del año pasado y eso me da un poco de reparo, porque ¿a ver si no van a estar buenas de un año para otro?

La Cotilla se atragantó. Alguien, de un grupo de gente alegre, que no paraban de gritar, beber, cantar y tirar confetti, levantó el codo y lo metió en la boca a la Cotilla al tiempo que ella hacía lo mismo con un grano de uva. Los papelillos, la dentadura fuera de sitio, el mosto de las uvas resbalándole por las comisuras de la boca y el calorcito del chinchón (la primera botella ya iba por la mitad) se le atascó todo a la entrada del gañote y por poco se nos muere. A la abuela y a mi, nos dió la risa viéndola dar boqueadas. Nos recordaba a Pascualita cuando ha estado a punto de ahogarse con agua dulce y se nos saltaron las lágrimas de tanto reír. La vecina se enfadó con nosotras pero, como le dijímos, ¡estaba tan graciosa!

Seguimos la fiesta en El Funeral que se aprovechó para colocar la foto de Venancio en la pared de los Finados. La viuda no quiso perderse el homenaje que le hicimos a su marido y se lo pasó en grande bailando como una posesa.

La abuela, con zapatos altísimos y una generosa ración de chinchón en el cuerpo, iba con mucha frecuencia, al centro de la mesa a por sangría. Allí fue a parar Pascualita de cabeza al soltarse del broche de la solapa de la abuela.

Nos dimos cuenta cuando Conchi gritó que en su copa había un feto. - ¡Dámelo, dámelo! - grité con todas mis fuerzas. - ¿Quiéres ésta porquería? ¿Para qué? - Al cambiarle mi copa por la suya, salió de mi boca: - ¡¡¡Es afrodisíaco!!! - Y me lo tragué... bueno, la sirena quedó en la boca, mareada perdida.  Eso me salvó de ser mordida por la medio sardina.

Mi frase dio resultado. En seguida se me juntaron algunos juerguistas dispuestos a experimentar. En cambio Conchi, muy enfadada, reclamaba lo que creía suyo. - ¡Que me des esa porquería, te digo! ¡¡¡La he visto primero!!! - La abuela miraba felíz mi éxito con los hombres y leí en sus labios: "¡¡¡Por fin, un biznieto!!!"


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