sábado, 13 de enero de 2018

Ayer noche.

La noche no terminó como me hubiese gustado: marchándonos tranquilamente a casita, con la tripa llena y la cabeza embotada por el chinchón, pero felices por la buena velada pasada... Pero no fue así:

Cuando la abuela vio que los políticos y la oradora se bajaban del escenario, le acometió una especie de frenesí que la llevó a subirse de un salto, agarrar el micrófono y soltar parrafadas sin pies ni cabeza. La gente que estaba en la plaza, esperando que empezara la música del primer concierto de las Fiestas, creyó que se trataba de una actriz, alocada, puesta ahí para entretenerles. Y le aplaudieron.

¡Buena cosa hicieron! Cogió más brío y solo le faltó decir que, entre la Cotilla que en esos momentos estaba muy entregada a "limpiar" carteras y mochilas, y ella, había matado, o medio matado, a mi primer abuelito. Hasta la vecina interrumpió un momento su tarea, mirándola con cara de preocupación. Pero la abuela siguió desbarrando y haciendo reir al personal, contando una historia sobre Geoooorge y la salida de Inglaterra de la Unión Europea. - "Dice que le da igual aunque, viendo como cada vez hay más ingleses que están en contra, no le importaría que se repitiera el referendum ¡que jodío, el mayordomo! Yo le digo: a lo hecho, pecho y litros de te con pastitas... ¡Ah, y devolvédnos el Peñón. Entonces, asombrado, dice: ¿Pog qué, Peñón? ¿You querer, madame? ,Y le dije la verdad que para eso soy la señora que le paga: Mientras no me lo pongan en la bahía, tapándome la vista de la Catedral, que hagan lo que quieran... ¿qué quieres qué te diga, fill meu."

Se le secó la boca y sacó la botella de chinchón de su bolso. Le dió un buen trago para aclarar la garganta y se la pasó al Alcalde que seguía con la boca abierta desde que la abuela se había subido al escenario. - "¡Beba, beba y se le quitará el frío, alcalde!"

La gente, que estaba entregada al rollo de la abuela, la coreó: ¡¡¡Que beba el alcalde, que beba el alcaaaaaalde!!! - Y el hombre no se hizo de rogar. La botella fue pasando de mano en mano. Entonces me subí al escenario. Un municipal se acercó a mi y grité: - ¡¡¡Es mi abuela! Se  ha escapado de la Residencia!!!

Los palmesanos y las palmesanas me abuchearon - ¡¡¡Fueraaaaa, fueraaaaaa!!! - La abuela había triunfado y sus fans la aclamaban. Yo me acerqué al alcalde, tropecé y caí sobre él. Cuando nos levantaron, Pascualita ya estaba en mi escote. Pero a la puñetera sirena el cuerpo le pedía juerga y saltó a la batería de los músicos que esperaban a que la abuela se callara de una vez, para empezar a tocar. El batería se asustó al ver un bicho raro y le arreó con una de las baquetas. Lo que el pobre no se esperaba es que le saltara a la oreja y le clavara los dientes.

El pobre chico gritó con fuerza y la gente aplaudió a rabiar. Cuando le arranqué a Pascualita, saltó, brincó, lloró, moqueó... y la oreja se fue haciendo cada vez más grande. Y mientras me llevaba a la abuela casi a rastras, me dijo: - "Lo de la Residencia no te lo perdono" - Y se me puso la carne de gallina.

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