lunes, 18 de diciembre de 2017

Negocio de riesgo.

La Cotilla ha vuelto a traer un cargamento de velas de todos los tamaños. - ¡Alto ahí! (le grité) ¿a dónde cree que va? - Aquí. A tu casa. ¿No lo ves, boba de Coria? - Si cree que montará un nuevo altar para los "santos" Amigos de lo Ajeno, lo tiene claro. - El otro día fue Santa Lucía y no me enteré por eso lo celebraré hoy. - ¿Desde cuándo se llama usted Lucía?

Me dio un empujón y se metió en la salita. - ¡¡¡Cotillaaaaaaa, salga inmediatamente!!! - Pocos minutos después apareció vestida con una túnica blanca hasta los pies y una corona llena de velas encendidas que me pusieron los pelos de punta.

- ¡Está loca! Me va a quemar la casa. - No. Soy Santa Lucía y me voy a dar una vuelta por ahí. - Vaya dónde quiera pero que sea lejos. ¡Y apague esas velas!

No me hizo ni caso y marchó, pasillo adelante, con la luminaria en la cabeza. Salió al descansillo de la escalera y bajo ¡en el ascensor!. Corrí al balcón. Afortunadamente no hacía viento y las llamas de las velas apenas se movían. Antes de que llegara a la esquina la rodeaba un grupito de gente y ante mi asombro, le entregaban sobres. Inmediatamente pensé en su gurú, Luis Bárcenas, no sé por qué.

La abuela llegó poco después y con Pascualita, fuímos tras la Cotilla. Nos bastó seguir el reguero de gente que apenas la dejaba andar. Ella no se enfadaba y seguía aceptando sobres como si nada.

Al llegar la hora de la comida todo el mundo desapareció y fue el momento en que pudimos hablar con ella. También aprovechó para cambiar las velas gastadas por otras nuevas. - ¿De qué va todo esto, Cotilla? - Ya te dije que soy Santa Lucía... - "¿Y esos sobres?" - Cuando eres Santa la gente te hace regalos. - "¿Es dinero?" - ¡Ya lo creo! Menudas Navidades voy a pasar.

Fuimos a comer al comedor social. No la dejaron pasar hasta que hubo apagado las velas. - Nos lo va a chamuscar todo. - Mientras comíamos llegó Bedulio, cosa que nos sorprendió. - ¿Tu también comes en estos sitios? - Estoy trabajando. (estaba muy serio) He venido a recordarle que Montoro dice que tiene que declarar todo lo que gane en el truco que se trae entre manos. - La Cotilla se hizo la ofendida. - Estoy ganando, honradamente, un dinero que es ¡MIO! - ¿Vosotras tenéis que ver algo con este trapicheo? - ¡Noooooooo!

Finalmente, Bedulio, comió macarrones con nosotras y sonsacó a la vecina para que nos contara de qué iba todo aquello. Nos dimos cuenta de que tergiversó la historia de la Santa Lucía sueca. Unos días antes abonó el terreno contando por el barrio que el día de la virgen de la Esperanza, recibiría dones divinos y repartiría consejos para todos a cambio de la voluntad. La noticia se extendió a otros barrios y la esperaban expectantes.

En cuanto salió a la calle con aquella lumninaria en la cabeza, los crédulos y necesitados se acercaron a ella en busca de una esperanza para seguir viviendo. A su costa, los bolsillos de la Cotilla se llenaron hasta arriba.

La sirena debió notar mal ambiente entre nosotras y escupió a los ojos de la avariciosa. Las carreras, saltos, gritos, lloros y mocos dejaron el local patas arriba. La gente no daba abasto a colocar sillas y recoger macarrones del suelo. Bedulio, espantado y asustado al ver aquel ojo a punto de saltar de su órbita, salió corriendo y no le hemos vuelto a ver.

Nadie se explicaba lo que había pasado. Se hablaba de maldiciones, plagas, enfermedades tropicales... Entre la abuela y yo metimos a la Cotilla en un taxi. Hace un rato, mientras ella duerme en el antiguo cuarto de la abuela, la embajada sueca ha mandado a uno de sus trabajadores: un sueco momísimo - Su amiga ha vulnerado costumbre antigua. Nada de coger dinero. Suecos muy enfadados. - Entonces le he entregado "la recaudación del día" - Tenga, para los niños pobres suecos... ¿Hay niños pobres en Suecia? - No se preocupe, señora. alguno encontraremos.

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