domingo, 12 de noviembre de 2017

Desilusión amorosa.

Que malo es despertar a la realidad. Tenían razón la abuela y la Cotilla al llamarme tonta, aunque con que me lo hubieran dicho una vez, bastaba. Me enamoré de quién no debía porque  no ha sido capaz de levantar un dedo para ayudarme... Claro que, ahora que lo pienso, el pobre Pepe no tiene dedos que mover... De todas maneras debió haber hecho un esfuerzo, caray.

Pensé que se mostraría ante mis detractoras en plenitud de facultades, tal y como lo vi en la Noche de Difuntos. Pero no ha sido así y la desilusión está matando el amor. Y ahora, cuando lo miro, colocada su cabeza jivarizada sobre la repisa de la cocina, solo veo un llavero, bastante feo por cierto. Que desilusión me he llevado.

El otro día le propuse a Pascualita, mientras desayunábamos y ella ponía perdida la cocina de cola cao, que uniésemos nuestras fuerzas mentales a fin de convencer a Pepe para que se mostrase. No sé si la sirena, que es doña caprichos, me entendió con tanto salto mortal, el caso es que ni por esas apareció Pepe tal como fue antes de que se lo comieran los jíbaros. Si es que la media sardina está como una cencerro y no presta atención más que a su estómago.

Por cierto, ha vuelto a engordar. Ya le he dicho que como siga así, servirá de comida navideña a la que pienso invitar al señor Li. Los ojos redondos de pez entrecerrados se clavaron en mi y me dieron mala espina. Después hizo algo que me heló la sangre en las venas y que nunca antes había hecho. Sacó hacia afuera la dentadura de tiburón y rechinó con fuerza los dientes. Sonaba como una sierra queriendo cortar un trozo de hierro. ¿Era una amenaza en toda regla contra mi o contra el señor Li?... A raíz de hacerle ésta pregunta se hizo más sonoro el rechinar.

Decidí congraciarme con Pascualita ofreciéndole un poco de chinchón. Después la coloqué en uno de los sillones de la salita y puse la tele. Quería que se relajara pero fue imposible. No le gustaba nada. Claro que el menú no era muy variado: Puigdemont-Rajoy, Rajoy-Puigdemont. Pero cuando se armó la marimorena fue cuando la pantalla la ocupó la Esteban. Hasta espuma por la boca sacaba la puñetera sirena cuando se lanzaba contra el aparato intentando comérsela.

Me alegró su reacción porque demuestra que  no está todo lo alienada que cabría esperar de un bicho marino que se suele tragar lo que le echen en el televisor... Pero no, es selectiva, exquisita e inteligente hasta el extremo de saber que hay cosas que pasan de castaño oscuro.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaa! Pon la tele que van a hablar de los de la Gurtel, pobrecillos . - Tuve el tiempo justo de meter a Pascualita en mi escote y apagar el televisor. ¿Cómo puede ser que una persona tan mayor camine tan rápido? Llega de la puerta de la calle a la salita antes de decir amén.

De pronto quedó boquiabierta - ¡Pero... pero...! ¿Cómo puedes tener tan sucia la pantalla? ¿La has babeado, tía guarra? A saber lo que estarías viendo - Sorprendida, solo se me ocurrió decir - ¿Un chinchón on the rocks, Cotilla? - Sí, pero no me cambies de conversación.


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