miércoles, 18 de octubre de 2017

Pesadillas.

Sigo teniendo pesadillas. Esta noche me he despertando gritando como una loca y bañada en sudor frío mientras los vecinos llamaban a la policía creyendo que se cometía un crimen.

Fue a Bedulio a quien me encontré al abrir la puerta después de que el timbre sonara, un buen rato, con insistencia. - ¿A quién estás matando? (me dijo el Municipal) - ¡La víctima soy yo! Una sirena, gorda y fea, tan grande como una ballena azul, daba saltos mortales en la bañera y cuando vi que todo aquel peso se me venía encima no he podido menos que gritar para salvar la vida. - ¿De qué demonios estás hablando? A ver, échame el aliento... ¡chinchón! No me extraña que veas... ¿cómo has dicho?... ¿sirenas? Si ya sabía yo que no tenía que haber venido. - También estaba Cleopatra con la cara de mi bisabuelastra. ¡Esta mujer tiene más de dos mil años porque se bañó en la Fuente de la Eterna Juventud! ¡Es horrible! - ¿La Momia? pues yo la encuentro muy agradable a esa señora. - ¡Pero es viejísima! - Y tú tonta perdida...

Los vecinos, viendo que no había sangre de por medio, se fueron retirando a sus casas mientras se quejaban - Mira que hacernos levantar para nada... 

No tenía ninguna gana de quedarme sola en casa con el monstruo de Pascualita rondando por mi cerebro. ¿Y si los sueños son reflejos de la realidad, aunque no sea actual? De éste modo, las sirenas debieron ser, en principio, enormes ballenas que fueron evolucionando,  milenio tras milenio, hasta quedar canijas y enanas como la que tengo en casa. La de cosas que estoy descubriendo a base de soñar y de pasarlo mal.

Me acerqué al acuario. Pascualita dormía sobre las algas del fondo. Parecía que había empezado a perder volúmen aunque, todavía, cuando soltaba un eructo, le salía un tufillo a queso manchego, magras con tomate, morcilla, vino de Membrilla... que echaba para atrás.

Volví a la cama. Pondría la mente en blanco y dormiría a pierna suelta las horas que me quedaban hasta que sonara el despertador... pero, agazapada en lo más hondo de mi cerebro, estaba la enorme ballena, a la que le estaban saliendo unos bracitos de manos palmeadas que, sin anunciarse, saltó sobre mi hundiendo la cama con su peso y convirtiéndome en papilla.

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