martes, 12 de septiembre de 2017

De palique

He sacado a Pascualita a que le de el aire y deje de pensar tanto en el mar porque ni me atrevo a tirar de la cadena del water, ni abrir un grifo, ni tirar un cubo de agua por el balcón (si estoy fregando el comedor, me pilla más cerca que el cuarto de baño)

He pensado que tal vez la sirena esté atravesando la menopausia y sus hormonas, revolucionadas, la tienen majareta. Tendré que comentárselo a un veterinario aunque, en lugar de sirena diré sardina...

Cuando llegó la abuela y Conchi (su amiga), nos fuimos las tres en busca de distracción camino de la Catedral. Desde allí Pascualita vería el mar y calmaría su furor. Pero no fue posible porque el día amenazaba lluvia, en el puerto estaban atracados cuatro cruceros y los turistas que prefirieron caminar bajo paraguas, se lanzaron a las calles de Palma agobiándose ellos y los sufridos palmesanos.

Desde la explanada de la Catedral no veíamos nada. Los turistas tienen el defecto de ser más altos que nosotras y la única solución es ir a la parte de arriba e intentar meterse en algún hueco. El intento dio resultado y nos sentamos en el poyete del mirador.

Pascualita asomó la cabeza por el borde del termo de los chinos. Se la notaba nerviosa. En el móvil de Conchi sonó Paquito el chocolatero y en un pis pás, los turista bailaban al compas y gritaban ¡¡¡Heeeeey!!!

Mientras, poníamos a caer de un burro a los guiris que se nos ponían a tiro y nos estuvimos riendo un buen rato. Hablábamos y hablábamos sin parar porque los extranjeros, por una razón u otra, nos ponían los chascarrillos a huevo. Por eso no me di cuenta cuando Pascualita saltó del mirador a una enoooooorme pompa de jabón que hacía un hombre con unos palos y una cuerda.

Llegó un momento que se nos acabaron las risas y las guasas a costa de los guiris. Teníamos las lenguas hinchadas de tanto palique. - "En cuanto llegue a casa, la pongo en remojo" - Y yo. - ¡Yo también! - Miré abajo. El hombre, con la pompa de jabón gigante, había atrapado una cosa que se arrastraba. - En cuanto reconocí "la cosa", grité: - ¡¡¡PASCUALITAAAAAAAAAAAAAAA!!!

La abuela y Conchi, pese a los años y los tacones de aguja, corrieron escaleras abajo pero se interpuso el hombre de la burbuja. ¡Nadie iba a fastidiarle el negocio robándole lo que el Destino le mandaba y tanto estaba gustando a los guiris! - Al verse acorralada por nosotras, Pascualita dio un salto mortal para alejarse. ¡No quería que la cogiéramos!y pasó de cabeza en cabeza hasta que la  agarré en el momento en que tenía los finos y cabellos rubios de un alemán de dos metros de alto, entre sus manitas. Tiré de ella y la atrapé, elogiándole, mentalmente, el arte que tiene dejando calvorotas a quien se le pone a tiro.

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