domingo, 27 de agosto de 2017

El ojo de Hacienda.

La Cotilla ha encontrado un chollo con el trabajo de modelo que le proporcionó la Momia. Por el momento ha dejado de preocuparse por cómo llegar a fin de mes sin pasar penurias. Mi bisabuelastra, que es una persona muy recta a la que le gusta cumplir con sus obligaciones de ciudadana ejemplar. una de las primeras cosas que hizo fue mandar a Geooorge a las oficinas de la Seguridad Social a dar de alta a la vecina. Naturalmente, al ver que es pensionista y que tiene más años que la tos, lo único que hicieron fue mandar al mayordomo de vuelta a su casa.

Pero alguien, muy celoso de su cargo, se quedó con la copla e investigó el caso. La Cotilla fue vigilada día y noche por Hacienda. No daba un paso sin que lo supieran en el departamento de Montoro, al que le brilla el colmillo cuando tiene carnaza a la vista... bueno, depende de quién sea la carnaza. Así se enteraron que la Cotilla ¡trabajaba! Y peor aún, también lo hacía la Momia. ¡Y cobrando sus respectivas pensiones!

Ellas seguían ajenas al espionaje al que fueron expuestas. Y para remate, la bisabuelastra vendió el cuadro del desnudo a un marqués que toda su vida estuvo enamorado de ella. Tal vez por eso pagó una cifra desorbitada y se quedó tan ancho. El pobre estuvo muy celoso de los cubanitos-culito-respingones y lo pasó muy mal. Incluso le salieron más arrugas en el rostro y eso que era difícil porque ya no había mucho sitio dónde ponerlas.

Una mañana, Hacienda llamó a mi casa representada en la figura de Bedulio. - ¿Se puede saber qué habéis hecho ahora? - Regar las plantas del balcón pero he ido con cuidado y no creo que haya caído ni una gota a la calle. - Tienes razón, una gota no pero sí una réplica de las cataratas del Niágara. Incluso el pobre que duerme en la entrada de la sucursal de la Caixa, ha aprovechado para ducharse. - Eso me alegró el día porque, inconscientemente, había hecho una buena obra. Así que le pregunté a Bedulio si quería unas copitas de chinchón pero... ya no estaba.

Cuando, por la tarde, la abuelastra se fue a misa, le enseñé a Pascualita el cuadro que le hizo. Le costó fijar la vista en el lienzo a la sirena. Además, lo tenía bastante retirado de ella por si acaso. De repente los pelo-algas se le erizaron hasta quedar tiesos. Los ojos bizquearon y la dentadura salió a pasear. De un salto prodigioso se lanzó a por el lienzo y tuve que hacerle un pase de torero para evitar que lo destrozara... lo que no pude evitar es que se estrellara contra el espejo del aparador quedando en estado comatoso. Le eché unas gotas de chinchón en la boca y se recuperó. Lo malo fue que se vio en el espejo y me fue imposible pararla. La fiera corrupia de un lado del espejo, quería comerse a la del otro lado.

Dejé que se cansara porque yo no me atrevía a meter la mano allí en medio ni con el guante de malla de acero puesto.


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