miércoles, 5 de julio de 2017

Pascualita en el mar.

El día ha amanecido claro y me apetecía darme un chapuzón en el mar. Además, Pascualita necesita hacer ejercicio o no cabrá en el acuario. El otro día se quedó encajada en el barco hundido y no podía moverse. No me quedó más remedio que vaciar toda el agua para, después tirar de la sirena, primero suavemente, luego ya con más energía hasta que se oyó ¡plof! como si hubiesen descorchado una botella de cava. Y la media sardina quedó libre... y dolorida porque a punto estuvo de quedarse sin cola.

Cuando lo comenté con la abuela, dijo que llenara la bañera con agua de mar. Pascualita tendría más espacio para hacer sus ejercicios pero no me pareció buena idea. En primera porque no estaba dispuesta a pasarme un día yendo y viniendo de la playa con garrafas y en segunda, porque eso ya lo habíamos probado y los  michelines siguieron allí.

Ella nadaba en las aguas profundas de los siete mares, a velocidades vertiginosas y a distancias enormes. Así que la bañera no se puede comparar. Lo mejor para los michelines es no comer pero cualquiera deja a esa fiera corrupia muerta de hambre ¡me comería por los pies la zampabollos

Como mal menor, me he llevado la bola de acero inoxidable, hecha de rejilla para que Pascualita nade en el mar y vea por donde va. Como si fuese una hamster llamada Cleo solo que, en lugar de dar vueltas por la casa las dará en el mar.

Me puse la pulsera que lleva la cadena que sujeta la bola con Pascualita dentro y me metí en el mar. Era muy temprano y no había moros en la costa. Menos mal porque la sirena, encantada (o no) de estar en su medio natural, sin estarlo del todo, subía y bajaba a la velocidad del rayo, los dientes de tiburón sonaban al tratar de destrozar los barrotes de la bola. Yo me dediqué a nadar y poco a poco, la sirena se fue calmando.

Pero fue para que me confiara porque, de repente, nadó hacia lo hondo con una fuerza terrible y después hacia abajo ¡quería ahogarme la muy jodía! Apenas tuve tiempo de agarrarme fuerte a una boya amarilla.

Se me acercó una barca a motor que se dedica, tira tira, a limpiar de plásticos y demás basuras, la bahía de Palma. - ¿Necesita ayuda, señora? - (¿Señora? pensé. ¡Señorita! a ver si vamos al oculista, atontao) pero dije. - Me ha dado un calambre.

Me izaron a bordo y tuve la suficiente sangre fría como para dejar en remojo la bola. - Yo que usted sacaría el brazo del agua. Las tintoreras son muy dadas a comérselos. - Poco me faltó para dar un tirón y subir la bola a bordo. - Hice una promesa y debo llevar el brazo así. - Los fulanos estaban sembraos, según ellos. - Allá usted si al llegar a tierra pesa menos (el hombre hablaba en serio pero sus ojillos pícaros lo desmentían. - ¡Anda y que os zurzan, marineros de agua dulce! - Por toda respuesta, me tiraron de cabeza al agua. - Hale, a nadar si no sabes aguantar una broma, pardala.

Menos al que al llegar a casa había alguien contento. A mi se me llevaban los demonios. - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaa! ¡Mira que regalo me hizo tu primer abuelito anoche! - Y presumió delante de mi de unos pectorales que para sí hubiera querido Marilín Monroe... ¡Encima!

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