sábado, 1 de julio de 2017

¡Han visto a Pascualita!

Aún seguía impactada por la confesión que me hizo la abuela sobre su sexualidad cuando el rolls royce paró debajo de casa y empezó el concierto de pitos. Algo que se está convirtiendo en una tradición en el barrio.

Pero ésta vez no era exactamente igual porque solo había un vehículo, además del coche del abuelito: el camión de la basura al que el rolls le taponó la salida. Entonces empezaron los bocinazos. Como siempre que estaba a las órdenes directas de la abuela, Geoooorge ni se inmutó. Su jefa le había dicho - "Para y espérame aquí" y lo cumplió a rajatabla.

Yo estaba impaciente porque eran más de las tres de la madrugada y la abuela no había traído a Pascualita de vuelta al acuario. Mientras se iban encendiendo las luces de las habitaciones de los vecinos, la vi bajar del coche dando algunos traspiés. Respiré hondo al ver que llevaba el termo de los chinos al cuello. Poco después entró en casa subida a unos tacones de vértigo. - "¡Que bien nos lo hemos pasado, boba de Coria... ¡hip! ... Pascualita ha triunfado por todo ... ¡hip!... lo alto!" - ¿No me digas que la han visto tus amigos? - "¡Ya lo creo! Es hora de salir del armario y ha salido" - Pero Pascualita no es gay, sino sirena ¡la única sirena del mundo! Nos la quitarán para llevársela a laboratorios siniestros para desmembrarla y estudiarla. - "Que dramática eres, no me extraña que no ligues"

Le quité el termo de los chinos y saqué, a duras penas, a la sirena. Los ojos de pez daban vueltas sin cesar en sus cuencas, uno hacia la derecha y otro a la izquierda. - ¿Está borracha? - "Como una cuba" - Los deditos de la media sardina hicieron la señal de OK. - ¡Hale, al agua! - Y cogiéndola por la cola la tiré al acuario pero con los nervios, fallé y se estrelló contra el espejo del aparador.

En la calle sonaba una algarabía  a causa de los gritos de los vecinos y la bocina del camión de la basura. En vista de esto la gente culpó al chófer poniéndolo de vuelta y media - ¡Dale la serenata a tu puñetera madre, desgraciado! - ¡Que la culpa no es mía! - ¡Ponte a trabajar que para eso te pagamos! - ¡Voy a bajar y verás por donde te meto el claxon! - ¡Manolo, por tu padre, déjalo estar!

El único que guardaba la compostura en medio del caos, era Geooorge. El inglés, inmutable, escuchaba la BBC a través de los auriculares.

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