martes, 4 de julio de 2017

El marciano.

- ¡¡¡Aaaaaaaaaaaaaah!!! - Un ser extraño ha entrado en casa y yo me he tirado de cabeza debajo de la cama. Es cierto que el fin del mundo se acerca ¡los marcianos ya están aquí!

Una voz  conocida llega hasta mi y me estremezco. - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaa! - ¡Corra, Cotilla, metase bajo de mi cama! - ¿Qué pasa? ¿es un juego nuevo? - ¡El marciano se arrastró hasta mi y creí morir de miedo! - ¡No me comas que no soy importante! - Eso ya lo sé yo... ¿En decir obviedades trata éste juego? - ¿Cotilla?... ¿es usted? ¡Salga de aquí! - ¿En qué quedamos? ¿Me escondo o no?

Poco después estábamos sentadas en la cocina tomando unos chinchones on the rock porque con el susto me había acalorado. - Quiéres dejar de mirarme, boba de Coria. - Pero cómo se atreve a salir así a la calle... ¿No la han apedreado? - ¡No digas tonterías! A ti lo que te pasa es que tienes envídia porque la peluquería me ha salido gratis. - ¡Ni loca me hago yo ésto! - Pues yo me lo he hecho y más. Mira: manicura, pedicura, las cejas, depilación, tinte, corte de pelo, ¡de todo! - Lo que no entiendo es qué hacía usted en la peluquería, si nunca va. Que yo la he visto cortarse el pelo poniéndose una palangana en la cabeza para no gastarse los cuartos. - Ha sido una casualidad...

Ibamos por el quinto chinchón on the roc. - He entrado a pedir revistas usadas y han sonado unas campanitas estridentes ¡Creía que había roto algo! Pero no, se trataba de un concurso: la clienta número 100 recibiría un regalo consistente en  cualquier servicio que deseara, gratis. Tenían un aparatito que iba contando la gente que entraba y por lo visto, yo fui la que hizo 100. - Pero usted no es clienta. - Pero la máquina no lo sabe.

Llamé a la abuela. - Tienes que venir a ver a la Cotilla. - "La tengo muy vista" - Como hoy, no. - Poco tiempo después se sumó a nosotras. - "¿Tú te has visto?" (le dijo a su amiga mientras no paraba de hacerle fotos con el móvil y mandarlas por wasap)

Quince chinchones on the rocks después, los ojillos de la Cotilla empezaron a bizquear  y aproveché para que Pascualita la viera: Le habían cortado el pelo a trasquilones y teñido las puntas de distintos colores, como si fuese un muestrario de tintes. Una parte del pelo lo llevaba planchado, otra parte rizada, en el centro de la cabeza se abría un cortafuegos por donde habían pasado la maquinilla. Sombras azules, violetas y amarillas en los párpados le conferían un aspecto cadavérico que contrastaba con los labios rojo pasión. ¡Un horror, vamos!

Pascualita paseó sus ojos de pez por la salita hasta encontrarse con la cara, abotargada ya por el licor, de la vecina y se estremeció desde la punta de sus pelo-algas hasta la punta de la cola. Y sin previo aviso, saltó hacia adelante cayendo sobre el pecho de la Cotilla, atacando a placer mientras yo trataba de cogerla sin que me mordiera. - ¿Qué hacemos ahora, abuela? - "Nada ¿no ves que duerme la mona? Mañana le regalaré unos sostenes talla XXXXXX. Me lo agradecerá."


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