lunes, 31 de julio de 2017

Al cine.

En la radio han dicho que llegaremos a los cuarenta grados de calor y me he puesto a sudar como un pollo. Lo mismo ahora dicen que van a bajar las temperaturas a cero grados y me quedo helada. Es que soy así de sensible, la abuela diría que lo que soy es tonta ¡Que mujer, por Dios!

He vuelto a salir con Pascualita. Tengo que enseñarle a comportarse civilizadamente y a no morder a la gente en cuanto se le pone a tiro. Así que me he vestido elegante, a la par que discreta, he metido a presión a la sirena en el termo de los chinos y nos hemos ido a recorrer Palma, abanico en mano.

Al llegar a las Avenidas yo parecía un surtidor. Sudaba a mares. Sentía la ropa mojada como si la acabara de sacar de la lavadora. Y como estábamos cerca de un cine con aire acondicionado, hemos entrado.

La butaca era cómoda, nadie me tapaba la vista de la pantalla y se estaba fresquito ¿qué más podía pedir? Pues, una buena siesta. Ni cuenta me di de que me había dormido.

Me despertó el vecino de butaca zarandeándome un brazo. - ¡Oiga! ¿Qué hace? - Intentar que deje de roncar ¡No oigo la película! - ¡Grosero! - ¡Calla ya, tía petarda! (gritó alguien)

Intenté prestar atención a la pantalla. El sonido era tan atronador que tuve que quejarme. - ¡Bajen el sonido de la película! - ¡¡¡SCHISTTTTTTTTTTT!!! - Por lo visto era de guerra y los cañonazos retumbaban en toda la sala. Pascualita, asustada, se refugiaba en el interior del termo de los chinos a pesar de la estrechez.

De repente, la persona que se sentaba delante de mi, que hasta ese momento había estado repantingada en su butaca, se sentó bien. Era una mujer altísima y me tapó la visión. A partir de este momento no dejé de moverme buscando un hueco por donde ver la película, pero ella parecía tener el baile de San Vito o lo hacía adrede.

Empecé a ponerme de los nervios, cosa que Pascualita notó en seguida y ni corta, ni perezosa, saltó sobre la cabeza de aquella pesada. Lo hizo en el momento justo en que la música alcanzaba una potencia inusitada. Por eso nadie escuchó los gritos de la mujer mientras la sirena le dejaba la cabeza como una bola de billar, se cebaba luego con una oreja para acabar saltando al pecho de la pobre y liarse a mordiscos.

Cuando terminó la película y se encendieron las luces de la sala, ni Pascualita ni yo estábamos allí pero desde afuera se escuchaban las exclamaciones de la gente: - ¡¡¡Aaaaaaaaaaaahhhhhhhhh,  un
monstruo!!! que pena, con el pecho tan bonito que tiene.


No hay comentarios:

Publicar un comentario