jueves, 30 de marzo de 2017

El bote hinchado.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaa! ¿qué comemos hoy? - Ya estoy cansada de que se autoinvite, porque que me obliga a ponerme delante de los fogones, cosa que no me gusta nada. - Que quejica eres ¡y que antigua! Ahora lo que se lleva es estar todo el día en la cocina haciendo recetas de siempre pero "apañás" para que no lo parezcan. Y marinándolas con lo más absurdo... ¡Anda de lo que me acabo de dar cuenta! Hasta las comidas "maridan" ¡Menos tú! - ¡Cotilla, tengamos la fiesta en paz! - Para que no te quejes hoy invito yo. - ¿Qué hueso se le ha roto? - Traigo un bote de fabada asturiana. - ¿Por qué no lo sacó antes? - Por si podía ahorrármelo...

La Cotilla, luego me lo confesó, quiere comer en casa por si hay noticias de su gurú, Bárcenas. Así está junto al Altar de los Amigos de lo Ajeno y puede ponerle más cabos de vela si las cosas del Juicio se tuercen. - Estas cosas hay que hacerlas de inmediato sino no funcionan. - Lo que no funciona es su cabeza.

El bote de fabada estaba un poco hinchado. - Esto no se puede comer, Cotilla. No está bueno. - ¿Ahora eres una experta en botes cerrados? - Yo no pienso comer... - Así tendré más. - Usted tampoco comerá. - ¡¿QUE?! - (sin más preámbulos, tiró de la anilla y abrió el bote) Mira que pinta tienen estas faves. ¿Has dicho que no, verdad? Pues mira qué plato más colmado me voy a meter entre pecho y espalda. - ¡Si quiere llegar a los cien años, no lo haga!.

Vaya sí lo hizo. Y fue un visto y no visto. Esta mujer no traga, engulle. - Ay, Cotilla, que las velas de Bárcenas servirán para su velatorio. - No eres más tonta porque no te entrenas. - Se fue a la salita y medio minuto después, roncaba.

A pesar del convencimiento pleno que tenía sobre el inmediato futuro de la vecina, en cuanto me senté en la butaca me dormí. Dos horas después me despertó el silencio... o que ya había terminado el sueño. La cuestión fue que la Cotilla seguía en la misma postura en la que se durmió. Y tenía mala pinta... y no roncaba... y me dio muy mala espina. Ni tocarla podía porque... ¿Y sí... ? Corrí a llamar a la abuela.

El concierto de pitos anunció su llegada batiendo records de velocidad. Plantadas la abuela y yo delante de la ¿durmiente? evaluábamos su estado. - "Ya sé lo que vamos a hacer" (dijo la abuela) - ¿Llamar a un médico? - Se fue al comedor y volvió con Pascualita. Se acercó a la Cotilla y le metió la sirena en el escote. De inmediato no hubo reacción, salvo la mía quejándome a la abuela por hacerle ésta faena al bicho.

Un alarido que retumbó por las paredes de la casa hasta salir por ventanas y puertas alertando a todo el mundo, salió de la garganta de la Cotilla. Se levantó de un salto gritando - ¡¡¡Una serpiente!!! - De un salto, la abuela y yo nos subimos al sofá gritando como descosidas.

Pascualita, deslizándose por el cuerpo de la vecina, acabó estrellándose contra el suelo. Haciendo de tripas corazón, alargué la mano para cogerla antes de que la Cotilla la viera y descargó su mala baba mordiéndome con furia la mano. La sacudí para librarme de sus dientes y salió disparada por la ventana. La abuela, desde la altura del sofá, dijo: - "Creo que un pájaro la ha tomado por una lombriz gorda" - No pudimos hacer nada porque, en ese momento, la Cotilla recuperaba la cordura...

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