sábado, 25 de febrero de 2017

A un valiente.

- ¡Mira, Pascualita! la calle está llena de gente (no me he vuelto loca pero es que si no hablo con la sirena, solo me queda Pepe que es tan aburrido que no responde ni con monosílabos el tío.

He pensado que podría alquilarlo al CESID como espía. De su boca nunca saldrían secretos de Estado ni de ninguna otra clase, por más que le torturaran. Aguanta un montón: si le hicieran cosquillas en los pies para que se muriera de risa, fracasaría porque... no tiene pies. Tampoco sacarían nada en claro si quisieran llenarle el estómago de agua porque tiene la boca cosida y encima, como es una cabeza cortada, el agua caería al suelo. Vaya, me estoy dando cuenta de que tiene muchas posibilidades para ser buen espía. Tendré que informarme de cuánto ganan.

Además, como es pequeño como un llavero, se puede esconder en cualquier sitio: una papelera, sobre el armarito del baño, en una estantería de la cocina... ¡Alto ahí! Yo lo tengo en la estantería de la cocina... ¿Tengo un espía en casa que le pasa información sobre mí a la abuela? Ahora no sé qué pensar. Se me está poniendo mal cuerpo porque a Pepe le he contado muchas cosas, algunas muy íntimas ¡Me tiene en sus manos! ¡¡¡SOCORROOOOOOOOO!!!

El grito me salió espontáneo. Las gentes de la calle levantaron la cabeza, fijando la vista en mi balcón ¡y yo con Pascualita en las manos! Intenté guardarla en el bolsillo pero no llevaba y la puse en el escote. La gente me gritaba - ¡¿Qué te pasa?! ¡¿Te han robadooooo?! ¡¡¡HA SIDO URDANGARIN!!! - Fue un grito unánime. - ¡¡¡Está en ese piso. A por él!!! - Grité que NO con toda la fuerza de mis pulmones pero no me oyeron y, en tropel, el gentío subió casa. Unos minutos después la puerta de la calle cedió a los golpes y a la presión,  cayendo al suelo con estruendo.

Si hubiese entrado Atila a caballo no hubiese hecho tanto estropicio. - ¡¡¡FUERA DE AQUI!!! gritaba yo pero no me oía nadie porque estaba afónica perdida. En mi escote Pascualita pugnaba por salir a enterarse del por qué de tanto alboroto. Al final la lancé al acuario en el que entró después de darse de morros contra el borde y salir rebotada al agua.

Por fin la gente comprendió que el ex duque emPalmado no estaba aquí y salieron en tropel a la calle. Dio la casualidad que alguien dijo algo sobre que hacia rato que esperaba a su mujer y la palabra RATO movilizó de nuevo a la masa que corrió en busca del ex ministro vaya usted a saber dónde.

Otra vez sola, acudí junto al acuario. - La gente está soliviantada con los ladrones de guante blanco ¡Quieren verlos en la cárcel ¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAYYYYYYYYYYYYY!!! - La rencorosa de la sirena me ha llenado los ojos de agua envenenada y ¡NO VEOOOOOOO!

He corrido a por la botella de chinchón tropezando con muebles y esquinas ¡¡¡QUE DOLOOOOOOR!!! He encontra dos ¡vacías! antes de dar con la que empezamos ayer. Mientras el licor caía por mi garganta noté como el dolor se calmaba. Me acerqué al espejo y me caí de culo. ¡Un marciano horroroso, me miraba como unos ojos tan grandes como huevos de gallina!... ¡Era yo! el veneno me había puesto los ojos como un colchón ¡La madre que parió a la media sardina de las narices!

Sigo teniendo los ojos como para que me hagan una foto y la enseñen en la NASA, pero ahora lloro por un hombre de 20 años, Pablo Ráez, enfermo de leucemia, que después de darnos lecciones de vida y coraje, ha muerto... Mi abuela tenía razón: los buenos se van pronto y queda la morralla.

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