viernes, 6 de enero de 2017

Pascualita no tiene pies, así que tampoco tiene zapatos.

Esta noche han pasado los Reyes Magos ¿y le han dejado algún regalo a Pascualita? Pues no ¿Y por qué? Elemental mi querido Watson Porque no había dejado su zapato junto al balcón ¿Y por qué? (repito nuevamente) Pues... ¿porque no tiene pies?... ¡Bingo! (me respondo a mi misma)

A las cinco de la madrugada ya no podía estar más en la cama y me he levantado, nerviosa, para ir a ver si los Reyes se habían acordado de mi... ¡Y ahí estaba, pegadito a mi zapato, un hermoso paquete con mi nombre! ¡Ostraaaaas! ¡A ver , a ver!... Eran unas deportiva ¡con lucecitas de colores en la suela! ¡¡¡La ilusión de mi vida desde que las vi en el escaparate de la tienda de los chinos del señor Li!!!

La vocecita antígua de la Retatara llegó a mis oídos con un deje entre desilusión y rabia: - ¿Y a nosotras que nos den morcilla? - Me encogí de hombros y dije: - A mi que me registren.- También la Cotilla mostró su enfado. - Estas dos son fantasmas pero YO ESTOY VIVA... apresada entre dos años, por eso no coloqué el zapato junto al tuyo, boba de Coria... - ¡Aaah, se siente! - Vaya si lo siento ¡Quiero salir de aquíiiii! Me estoy perdiendo un montón de oportunidades.

Harta de escuchar quejas, metí a Pascualita en el termo de los chinos y salimos camino de la playa. Había decidido ofrecerle un regalo a la sirena. Era la única que tenía una buena excusa por no haber dejado sus zapatos junto al balcón.

Las gaviotas volaban en derredor nuestro lanzando gritos estridentes. Llene unas garrafas de agua de mar y volvimos a casa antes de que las dichosas ratas aladas me arrebataran a Pascualita que se había asomado al borde del termo para ver y oler el mar.

Al llegar a casa calenté un poco el agua, llené la bañera. En seguida captó que aquello era para ella y haciendo un tirabuzón con doble salto mortal, se zambulló limpiamente en su pequeño océano. Había que ver cómo disfrutaba la media sardina.

Sobre mi cabeza se oyeron aplausos. Miré y allí estaban la Retatara, la kika y la Cotilla. Como una flecha, cogí a Pascualita escondiéndola entre mi ropa. Buena la haríamos si se enterara que tenemos ¡una sirena! Vendería la exclusiva y viviría como una marquesa.

Pascualita se enfadó mucho viendo interrumpido su entretenimiento y decidió morder. Saltó hacia afuera, enganchándose a las faldas tobilleras de la Cotilla. La otra chilló al ver un ser tan repelente atacándola y antes de darse cuenta, tenía clavados los dientes en su canijo tobillo... que dejó de ser canijo al momento gracias al veneno que estilaba la dentadura de tiburón.

Casi una botella de chinchón después, la Cotilla dormía la mona junto a la televisión, donde daban información de los sinvergüenzas a los que ella veneraba: - ¡¡¡TODOS A LA CARCEL!!!

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