domingo, 18 de diciembre de 2016

Bromistas.

Volví a casa cuando todavía no habían puesto las calles. Un taxista estuvo a punto de pararse cuando levanté el brazo pero debió pensar que llevaba una tajada como un piano (no iba muy descaminado el hombre) cuando vio los bandazos que daba al caminar. Y aunque no negaré que mucha culpa la tenía el chinchón, lo que me tambaleaba era el dolor de pies que me producían los estilettos de la abuela.

No me quedó más remedio que quitarme los zapatos y regresar caminando a casa. Unas calles antes de llegar salió de entre los sombras de la noche un tipo con una navaja. Pensé que algún vecino me estaba gastando una broma y para que no pudiera decir luego que yo era una sosa, le seguí el juego y grité: - ¡Socorro, un ladrón! - al tiempo que le arreé varias veces en la cabeza con el pico del tacón.

El tipo, que empezó a sangrar como un novillo, se puso de rodillas llorando e implorando - ¡No me pegues más! ¡Lo siento, lo siento! - Consideré que era un fatuo buscando todo el protagonismo y me fui de allí.

La Cotilla estaba bajo una farola, a cuatro patas y tanteando el suelo con las manos. - ¿Está buscando al Gordo de Navidad? jajajajajaja ¡Ostras (pensé) he estado sembrá! - Hola, boba de Coria. Ayúdame a encontrar la dentadura. Se me ha caído cuando he estornudado. - Vaya, voy de bromista en bromista esta noche. Lo siento pero no veo llegado el momento de meter los pies en agua con sal... ¡Mire por donde va su dentadura! ¡La lleva una rata! ¡¡¡Corra o no la cogerá!!! - Va hacia tí. ¡Páralaaaaaaa! - Pero sentía que tenía la vena graciosa a flor de piel y quería aprovecharla.  En lugar de darle una patada al bicho, le hice un quiebro y se escabulló por una cloaca. -¡Oleeeeeee! - me jaleé a mi misma.

A la Cotilla no le hizo gracia y al llegar hasta mi me arreó una patada en la rodilla que me dejó baldada. Esto no me hizo ni pizca de gracia y proseguí mi camino.

Al llegar a casa subí gateando hasta las escaleras. En ese momento no recordaba si teníamos ascensor. Y ante la duda...

La Retatara y la kika estaban en mi cuarto. Me esperaban. La Retatara se acostó en mi cama. Antes de que pudiera reaccionar, me llegó la lejana vocecita desde el Más Allá. - Trae a Pascualita. Quiero que me muerda como ha hecho contigo. Hace tanto tiempo que no me siento mujer... - La sirena dormía a cola suelta y se enfadó cuando la cogí, Después intenté que mordiera pero, aunque Pascualita lanzaba dentelladas a diestro y siniestro, la Retatara no sentía nada.

Por la mañana la Retatara estaba de morros porque seguía teniendo el mismo pecho esmirriado de siempre. Me levanté de la cama al tiempo que la Cotilla entraba victoriosa en mi cuarto - ¡¡¡La tengo!!! - ¿El qué? - ¡La dentadura! Pero no gracias a ti. La rata quedó atascada en la boca de la alcantarilla y se la quité de un tirón. - ¿Y la lleva puesta? ¡que asco! - ¿Asco por qué? La he limpiado con chinchón. - Ah... bueno...


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