lunes, 14 de noviembre de 2016

Katiuskas.

La abuela me ha despertado, según su costumbre ancestral, a las tantas de la madrugada, para decirme que yo tenía razón: la super Luna se verá hoy, día 14 de noviembre. - "Para que luego digas que no sé pedir disculpas si me equivoco" - ¿Y no podías pedirlas mañana por la mañana? - "Las cosas hay que hacerlas en caliente"

A mediodía han venido los abuelitos vestidos como si fuesen a una boda real, solo que ella llevaba unas katiuskas azules y verdes que no pegaban con nada de lo que llevaba puesto. - ¿No me digáis que venís a ver la super Luna con la que está cayendo y además, es de día? - "Venimos cuando toca. Nosotros cumplimos con nuestros compromisos. Si llueve no es culpa nuestra" - ¡No se va a ver nada! - "Mujer de poca fe ¡cállate ya!"

De repente me di cuenta de que faltaba algo... pero ¿qué?... ¡El concierto de pitos bajo el balcón de casa! - ¿Habéis venido andando? (mientras hacía la pregunta me di cuenta de que estaba diciendo una tontería que sería respondida por la abuela poniéndome a parir) - Si, hija. sí. Tu abuela se ha empeñado en estrenar las katiuskas y que yo la acompañara. No veas la vergüenza que he pasado viendo a mi mujer saltar de charco en charco, salpicando a la gente. - ¡Abuela! - "Nunca sabrás lo que es la sal de la vida, boba de Coria. Eres igual de sosa que tus abuelos. ¿Para qué quieres unas katiuskas si no vas por la calle saltando en los charcos? ¡Que cruz tengo contigo!"

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaa! He visto una loca que se metía en los charcos y me ha parecido que era... ¡Eras tú! jajajajajaja ¡Lo sabía! ¡Como cuando éramos pequeñas! - "¡No hace tanto tiempo de eso!" -Las dos amigas, entusiasmadas por los viejos recuerdos (aunque lo de "viejos" ella nunca lo dirían) cogieron la botella de chinchón, los paraguas y se fueron a la calle, donde la lluvia arreciaba.

Salí al balcón con Pascualita en mi escote y las vimos corretear entre los pocos viandantes, saltar en los charchos y ponerlos perdidos de agua. Antes de que reaccionaran, ya estaban mojando a otro.

El abuelito se negó en redondo a asomarse. Temía que alguien lo reconociera mientras su mujer hacía la gamberra en la calle. - ¿Y no te da vergüenza que te reconozcan por otras cosas? - Puso los ojos en blanco y se sentó frente al acuario psicodélico a mirar como subían y bajaban sus luces.

Grabé a las dos amigas que, felices y achispadas, se lo estaban pasando en grande. - Ahora que no me oyen, Pascualita, de mayor también quiero ser como éstas dos... Pero tu no digas nada.

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