jueves, 10 de noviembre de 2016

El paseo de Pascualita.

Pascualita había saltado del acuario al suelo y reptaba por el suelo del comedor. Dejé que se paseara a su aire y entré en la cocina que estaba manga por hombro. Me repetí varias veces: la sirena está en el comedor, para que no se me olvidara y acabara pisándola.

De vez en cuando, me asomaba para ver por dónde iba. Una vez la vi tumbada bajo un rayo de sol que entraba por la ventana. Otras veces tuve que buscar bajo los muebles porque no se la veía por ninguna parte.

Barrí el suelo hasta que me quedé sin escoba. Toqué con ella a Pascualita y no le hizo ni pizca de gracia y sacó su dentadura de tiburón y su endiablado genio. En un momento quedó el palo pelado y mondando.

En una esquina del pasillo había una maceta con la planta del dinero que estaba preciosa. Me habían dicho que, cuanto más bonita estuviera, más dinero tendría yo. La planta crecía y crecía pero no llegué a ver el fenómeno monetario. La Cotilla se llevaba un esqueje de cuando en cuando y tal vez esa fue la razón. Todo me lo fastidia ésta mujer.

Pascualita se había alzado agarrándose a la maceta y se escondió entre las hojas verdes. De repente, la planta del dinero empezó un frenético baile, sacudida va, sacudida viene hasta que se quedó pelada. No quedó ni una triste hoja sujeta al tallo. Habían desaparecido en el estómago de la birria de sardina mal hecha que habita en casa.

- ¡Maldita sea, boquerona! ¡Me has dejado sin posibilidades de prosperar! - Me hinché a llorar por la fortuna perdida. En ese momento, una libélula entró por la ventana siguiendo la autopista del rayo de sol. Los ojos redondos de pez de Pascualita, quedaron fijas en ella. - ¡Ni se te ocurra hacerle nada a la libélula! - Pero la sirena solo escuchaba a su estómago. De manera imperceptible, se fue acercando hasta la libélula y en un santiamén, se la comió.

Se me llevaban los demonios y apunto estuve de freir a la sirena en aceite hirviendo. Pero en ese momento llegó la Cotilla. - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaa! - Pase, pase (grité y tiré a la sirena sobre mi cama pero rebotó y salió por la ventana) Esta vez fue más duro el aterrizaje porque en este lado de la casa  no hay árboles que amortiguen el golpe.

Me asomé y no la vi. ¿Se la habrían llevado? ¿Raptada? ¿Secuestrada?... ¡Noooooooo! ¡Tengo que encontrarla! - ¿A quién, nena? (preguntó, desde el comedor, la Cotilla) - ¡¡¡Cosas mía. (grité) No se preocupe. Estoy bien.

Al salir de casa como una flecha de casa como una flecha, la oí murmurar - ¿Cuándo me has preocupado, boba de Coria.   Corrí por la acera como alma que lleva el diablo. - Pascualita, Pascualita... si me oyes haz una señal. - Mi búsqueda frenética no daba resultado. Cada vez era más evidente que alguien se la metio en el bolsillo y ¿a saber dónde estaría ahora? ¡¡¡Pascualitaaaaaaaaaaa Pascualitaaaaaaaaaaaaaaaa!!! - De repente me entraron unas ganas  terribles de abrazarla y ver su color mortecino y grité su nombre a los cuatro vientos.

Entonces me fijé en la papelera, que estaba llena hasta los topes. Su contenido ¡se movía! No esperé más. La arranqué y vacié en medio de la acera. Unos cuantos jubilados de ambos sexos me pusieron a parir echándome en cara la poca educación que me dieron mis padres. La protesta arreció cuando apartaba los papeles y envases usados, esparciéndolos por todo. Al fin la cola de la sirena apareció entre la basura.

Corrí a casa, entré en el comedor y tiré a Pascualita al acuario ¡Tengo que practicar el enceste en el acuario! - ¿Pensé que no vendrías (me dijo la Cotilla) y me he comido un trozo de solomillo de ternera que he encontrado en el contenedor de súper. - ¿Y no podía esperarme? - Pues no. (me guiñó un ojo con picardía y dijo entre risas: ¡Camarón que se duerme, se lo lleva a la corriente!

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