lunes, 7 de noviembre de 2016

Constipadas.



La abuela ha entrado en casa estornudando repetidamente, con un montón de kleenex usados en un bolsillo y el otro lleno de paquetitos sin empezar. - "¡Tengo la gripe asiática, la del pollo, la española y todas cuántas se han llevado por delante a media humanidad!" - Los pañuelos usados los dejó sobre la mesa y siguió estornudando para todos los lados y sin taparse la boca. - ¡Abuela, no me eches babas! -

Siguió haciéndolo hasta que se sentó en un sillón y quedó traspuesta del esfuerzo que había hecho.  Yo estaba asustada porque me veía rodeada de todos los virus y micróbios del mundo. Entonces me armé de valor y salí a la calle a comprar aspirinas. Iba embozada para preservarme de los constipados porque parecía que todo el mundo se había puesto de acuerdo para estornudar cuando yo pasaba.

En la farmacia, que estaba llena a rebosar, tuve que guardar turno para que me despacharan. Mientras tanto, muchos clientes me rociaron la cara con su saliva y sus virus.

Corrí a casa a ducharme y restregarme bien la piel. Minutos después, estornudé Y ya no he parado en todo el día. El montón de kleenex ha crecido hasta casi llegar al techo. - ¡Ay, Pascualita! Estoy para el arrastre. ¿Qué hacéis en el fondo del mar cuando os constipais? - La sirena me miraba, curiosa, mientras yo seguía estornudando. - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaa! Mira cuantos pañuelos de papel usados que traigo, boba de Coria. - ¡Que ascoooo! ¿De dónde los ha sacado? - Del contenedor de basuras que hay junto a la iglesia donde límpio unos cepillos por la mañana.

- ¡Está loca! ¡Lléveselos ahora mismo! - No puedo hacerlo hasta que la fiebre se haya apoderado de mi y tenga 45º. - Estaría cocida en su propio jugo, Cotilla. - Esa es la idea. Ponerse muy malita y me darán cama y servicio gratis en el hospital. - ¿Para qué? - Para vender la comida que me den allí. Yo me las apaño con unos bocadillos. También puedo alquilarle media cama a un sin techo. Ya ves lo que hay que hacer para completar la paga y llegar a fin de mes. - Digo yo que lo mismo se pasa de frenada y se muere. - En éste caso te haré mi heredera y tendrás que pagarme las deudas y el entierro. ¡Quite, quite y vaya a morirse a otro sitio!

Por la tarde, mi casa era un concierto de estornudos y toses. Hasta Pascualita se había contagiado y los virus y microbios campaban a sus anchas desde el rincón más pequeño al más grande.

Al final una ambulancia nos llevó a las tres: abuela, Cotilla, yo y la sirena camuflada entre mis ropas, al hospital, desde donde fuímos derivadas a la UCI e incomunicadas como apestadas. Gentes con trajes verdes y vestidos casi como los buzos, entraban y salían con inyecciones, bandejas, medicamentos... - ¿Que nos pasa? - Logré preguntar a un bata verde que pasaba a mi lado - Sois un manual de historias médicas que debemos estudiar porque nunca habíamos visto a nadie con tantas enfermedades malísimas en el cuerpo y todas a la vez....  Y seguir vivos.- "

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