viernes, 28 de octubre de 2016

Santos y Santas.

Mientras desayunaba tan ricamente en la soledad de mi cocina, el timbre del teléfono acabó con el instante mágico. - "Nena ¿ya sabes de que vas a disfrazarte?" - ¿Es necesario? - "¡Por supuesto! ¿Cómo puedes ser tan sosa? Es la fiesta de Todos los Santos." - Pero es que yo no los conozco a todos, ni siquiera a la mitad... - "Eso no tiene nada que ver. La cuestión es seguir la tradición" - Bueno, eso sí... ¿Ya me has comprado el rosario de dulces? Me lo colgaré del cuello y lo llevaré todo el día hasta que me lo acabe.

- "Esto son cosas de críos, boba de Coria" - Pues no me apetece ser unos de lo mil y pico zombies, fantasmas, payasos diabólicos, vampiros, descabezados, brujas, contraechos, etc. etc. que circularán por las calles estas noches ¡Me niego a entrar en la rueda del esperpento! - "Eres rara hasta decir basta. Allá tú pero Pascualita y yo sí que nos disfrazaremos" - Y le colocó a la sirena un traje de zombi y un maquillaje asqueroso que el bicho lamía con gusto. - "¡Estate quieta, jodía, que no acabaré nunca!" - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!

Arranque a Pascualita de las manos de la abuela y la lancé sin mirar, hacia el acuario pero el ruído que hizo: ¡POM! en lugar de ¡CHAF!, me dio a entender que se había estrellado contra el espejo del aparador. Se me pusieron los pelos de punta ¡si lo llega a romper hubiesen sido siete años de mala suerte!

- La Iglesia quiere acabar con la pesadez de los disfraces repelentes de todos los años por éstas fechas. ¡Mirad, en ésta hoja de periódico he leído que quiere fomentar los disfraces de Santos y Santas, católicos por supuesto. ¡Ya tengo el mío! - Y corrió al baño a ponérselo.

Aproveché su ausencia para interesarme por Pascualita. Si tuviese piernas estaría espatarrada pero no era el caso. Parecía una rosquilla estampada contra el espejo. En cuanto me vió sacó la dentadura de tiburón a pasear. ¡Que rencoroso es éste bicho!

En vista de que era imposible cogerla y salir del trance con los cinco dedos enteros, corrí en busca del guante de acero. Y cuando, de nuevo, la tuve en la mano, la Cotilla salió del cuarto de baño y por poco me da un infarto. - ¡Que cosa más horrible! ¿De qué va? - De Santa Lucía después del martírio. - ¡Ay, calle! No puedo mirarla...¿Se ha arrancado los ojos! - En una bandeja, en lugar de unas copas de chinchón, llevaba sus dos ojos ensangrentados y en la cara dos huecos con nervios colgando.

Salí corriendo al bacón y vomité hacia la calle. Pascualita, que saltó de mi mano al suelo, quería entrar a toda costa en casa. Supongo que para participar en el banquete de los restos de la santa. Se me escurrió y fue a parar a las ramas del árbol de la calle.

Llamaron a la puerta. Era Bedulio impregnado de mi vómito. Tuve que disimular la risa y que aquella porquería había sido mía. - ¡¡¡Estás fantástico, Bedulio!!! ¿Hay fiesta de disfraces en tu cuartel? Vas a ganar el primer premio. ¡Seguro! Tu disfraz es lo más original que he visto nunca... ¿Quieres algo o solo vienes a enseñarnos cómo te queda? - En ese mismo instante, la malvada sirena lanzó un chorrito de agua envenenada que dio de lleno en el ojo de Bedulio.

Había que ver cómo le aplaudía la gente en la calle mientras él saltaba, gritaba y corría como alma que lleva el diablo mientras "Santa Lucía" lo perseguía con los ojos en la bandeja.

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