domingo, 11 de septiembre de 2016

La Cotilla huele un negocio.

Afortunadamente para el abuelito, el resultado de los análisis de la abuela salieron bien: Un poquito de colesterol ("Lo eliminaré bailando con el cubanito-culito-respingón de tu madre") - ¡No me digas que bailas con ese personaje! (se alteró Andresito) - "No, pero lo haré, solo por probar si funciona." - ¡¿Quién?! - "El colesterooooooool... ¿Estás celoso? jajajajajajaja Más te vale."

Desayuno en la cocina, con la pesada de Pascualita dando saltos mortales del frutero a su taza de cola cao y poniéndolo todo perdido. No sé cómo quitarle éste vicio... De repente doy un respingo porque Pepe, la cabeza jivarizada, acaba de caer de su estantería a la mesa. ¡Solo me faltaba que a éste también le diera por hacer tazoning como en Magaluf! - Pascualita salió de la taza y se arrastró hasta su ¿amigo? Lo estuvo observando por todos lados, dándole vueltas. Seguía tan gordo como cuando se hinfló en el agua del acuario. Ahora parecía un chino. Debido a la hinchazón, el zurcido de los ojos estaba tirante, igual que el de la boca.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaa! ¡Anda, Fumanchú!... ¿Lo ha visto el señor Li? Se lo podríamos vender por unos buenos euros diciéndole que es un antepasado suyo. - ¡Pero si se lo compramos a él! - No lo reconocerá. Le damos una mano de pintura amarilla y le pegamos una coleta en el cogote. - ¿Quiere timar a un amigo, Cotilla? - Amigo, amigo... lo que se dice amigo... ¿Qué quieres que te diga: la pela es la pela y me cuesta mucho llegar a fin de mes. Y encima dicen que la caja de las pensiones está a dos velas... - Además, está Pepe. - Ya lo sé pero, desde ahora, le llamaremos Fumanchú. - ¡Pepe es de la familia! - Pero como no puede hablar, nadie lo sabrá. - ¡Lo sabré yo! y no puedo hacerle ésto.

Media hora más tarde Pepe era un auténtico chino venido a menos (sin cuerpo, sin ojos, sin posibilidad de hablar... pero seguía sirviendo de llavero, eso sí) La sirena no había perdido detalle de los tejemanejes de la Cotilla, escondida entre la fruta. Cuando la vecina se fue a por el señor Li, Pascualita reanudó sus saltos a la taza solo que, esta vez no había cola cao y cayó de boca. Se le hincharon los morros y movía la cabeza tratando de entender qué había pasado mientras yo me partía de risa.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaa! (gritó, afortunadamente, la Cotilla desde el pasillo. Y tuve el tiempo justo de agarrar a la sirena por la cola, y tirarla... por la ventana del comedor. Siempre he dicho que el acuario psicodélico tiene la boca estrecha. Menos mal que el árbol de la calle es de hoja perenne y le sirve de pista de aterrizaje.

Cuando la Cotilla tenía convencido al señor Li de que aquella cabeza gordita era la de un pariente suyo, entró la abuela. Llegó justo cuando el chino le entregaba una buena cantidad de dinero a su amiga - "¡Qué pasa aquí!" - ¡La Cotilla está vendiendo a Pepe! - "¡Trae acá pacá, sinvergüenza!" - Le quitó el dinero de las manos y lo metió en su bolsillo. Lo mismo hizo con Pepe a quién un emocionado Li sujetaba con delicadeza. - "¡Se acabó hacer negocios en ésta santa casa. FUERAAA!"

Todo ha vuelto a su sitio: Pascualita a su acuario, Pepe a la estantería. La abuela, la Cotilla y yo a la salita a dormir la siesta después de haber saboreado unas copitas de chinchón... Ah, y el dinero del señor Li sigue a buen recaudo en el bolsillo de la abuela.

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