sábado, 20 de agosto de 2016

Raptado.

Andresito está en la UCI, incomunicado. Estoy preocupada y acudo al hospital a verle pero siempre me encuentro con un NO por respuesta.

Cuando me he enfadado y he montado un pollo a la enfermera que me cerraba el paso, me ha dicho que es un enfermo infeccioso. - ¿Pero... como ha pasado de una exagerada inflamación de pene, a ser un peligro público? ¡¡¡¿QUÉ LE ESTÁN HACIENDO A MI ABUELITO?!!! - A pesar del nerviosismo escuché éste comentario: - No es raro que el viejo no quiera irse a su casa viendo la clase de familia que tiene.

Esto me ofendió en lo más hondo y corrí a contárselo a la abuela. - ¡Que vergüenza - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaa! ¿Qué le pasa a la tonta de tu nieta? - "A ella, nada. Pero Andresito se está jugando el cuello" - ¡Bien! Pasemos a la acción.

Las dos viejas salieron camino del hospital. Un rato después estaban de vuelta. Les seguía Geoooorge llevando a caballito al abuelito. - ¿Duerme? (pregunté) - "Como un ceporro. Venga, Cotilla, no perdamos tiempo".

En un santiamén Andresito descansó sobre la mesa de la cocina. Pascualita, tumbada junto a Pepe, la cabeza jibarizada, observaba curiosa el trajín. A continuación los ganchillos empezaron a trabajar y en menos de lo que canta un gallo la calvorota del abuelito se fue llenando de pelambrera.

A pesar de que yo iba restañando la sangre, entre mareo y mareo, para que la sirena no la viera, el  olor la volvía loca. Acabé poniéndole una cacerola encima pero no se daba por vencida y la golpeaba con la cola.

Poco después Andresito se quejó y abrió los ojos. Inmediatamente le fue suministrada una buena dosis de chinchón y siguió durmiendo hasta que todos los pelos estuvieron puestos en su lugar. Tardó mucho en darse cuenta de dónde se encontraba. Creo que le ayudó el tocar el aparatoso vendaje que le puso la abuela. - ¡¿Qué... qué... que me habéis... hecho?! - "¡Hey, no te toques que las heridas tienen que cicatrizar. ¡¡¡Nena, trae el chinchón!!!" -  ¡¡¡Yo también quiero!!! (gritamos)


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