martes, 9 de agosto de 2016

Espíritu olímpico.

Las Olimpiadas han invadido mi casa. Todas las mañanas tengo a las "deportistas" desayunando frente al televisor de la salita. Más tarde, Cuando la cotilla se ha ido a sus trapicheos y la Momia duerme a pierna suelta (los siglos no perdonan), la abuela entrena a Pascualita: - "Por si, cuando vuelva a su hábitat, quiere montar unas Olimpiadas y participar en ellas. ¡Tendrá que ganar medallas de oro a porrillo ya que las organiza!"

Hoy ha traído un cangrejo al que le ha atado un cordel y un peso. Pascualita ha emergido de las profundidades del acuario psicodélico para verlo. Sin perder tiempo, la abuela lo ha echado al agua y ha caído a plomo hasta la arena del fondo. La sirena se ha zambullido detrás y la ha tenido subiendo y bajando más de una hora porque, cada vez que la fiera corrupia estaba a punto de cogerlo, la abuela tiraba o soltaba la cuerda para que no lo consiguiera.

Tengo que reconocer que Pascualita ha engordado de nuevo. La culpa es de la Cotilla porque no para de traer dulces y golosinas del contenedor del Supermercado y la sirena, en cuanto se queda sola en la cocina, se atraca de todo lo que encuentra a mano. El otro día estuve a punto de pisarla cuando entré en la despensa. Se arrastraba por el suelo en busca de algo que llevarse a la boca.

Así que la sirena, medio ahogada, acaba con un cabreo encima que resulta peligroso para nuestra integridad. Pero a la abuela, cuando se le mete algo entre ceja y ceja, no hay quién la pare. Y ahora quiere hacer de Pascualita una sirena olímpica.

Cuando ha pasado la hora de ejercicio, la deja descansar y suelta al pobre esparring, en éste caso el cangrejo que ha corrido a esconderse dentro del barco hundido y se ha tapado con las algas del fondo. Le he dicho que no me parece sano tanto ejercicio de golpe. Pascualita queda para el arrastre y cuando se repone, come doble. Dentro de poco no entrará en el termo de los chinos.

El espíritu olímpico nos saca de casa. Vamos a la playa a poner en práctica lo aprendido en la tele. Y nadamos como patos mareados aunque creamos hacerlo mejor que los atletas. Sin ir más lejos ayer la abuela quedó varada en la orilla de la playa y fue atacada por un cormoran en busca de comida.

Ella no sabía qué le pasaba. Había nadado de espaldas, con las gafas empañadas. No veía nada y se desorientó.

Con el culo sobre la arena, aguantando el oleaje e intentando levantarse moviendo piernas y brazos como una cucaracha vuelta del revés, se sorprendió al recibir un aplauso y las risas de los bañistas. Cuando consiguió levantarse, saludó como una vedette. En realidad solo le faltaban las plumas de marabú. El escueto bikini floreado, adornado con lentejuelas, que dejaba poco a la imaginación, eran tres triángulitos. La abuela estaba en su salsa y para demostrar lo buena nadadora que era, volvió a entrar en el agua en el momento en que una gran ola, provocada por la llegada masiva de trasatlánticos al puerto de Palma, la tiró, zarandeó, sumergió, sacó a flote y lanzó de nuevo a la orilla... solo que ésta vez, el escueto bikini no apareció por ningún lado.

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