domingo, 3 de julio de 2016

El Tour.

El Tour de Francia es una bendición, sobre todo las tardes de domingo en que la sobremesa se alarga. Cuando se acaban los temas de conversación nos sentamos frente al televisior, el tótem doméstico al que adoramos diariamente. De repente aparece la serpiente multicolor pedaleando por estrechas y polvorientas carreteras y piensas ¡Aleluya, ya están aquí!

Es el momento en que los cuerpos se relajan, los ojos se cierran de manera casi imperceptible. Todos a la vez, como un ballet bien ensayado, un segundo después, toda la familia ronca al unísono desparramada por sofás, sillones y butacas. Ya lo dice el refrán: la familia que ve el ciclismo unida, duerme unida.

Eso sí, hay que despertarse cuando solo faltan 20 kilómetros para llegar a la meta. Y ese reflejo, ese arte, se tiene o no se tiene. Es innato. Nosotros lo tenemos y disfrutamos de las últimas caídas, los últimos esfuerzos, los arreones, el ataque del pelotón y el apoteósico sprint final. En cuanto la rueda toca la línea de meta, saltamos de nuestros asientos, nos abrazamos en un delirio de alegría y nos disponemos a ver la entrega de los maillots a los campeones y los besos que dan las chicas del podio a pesar de los sudores de los ciclistas. Duro trabajo el de ellas.

Después brindamos con chinchón y comentamos la jugada. Por ejemplo, la siguiente etapa: - "¿Dónde nos despertaremos mañana?"

Pascualita, que es muy lista, también le ha cogido el tranquillo a las carreras y comparte siesta con nosotras. Si no hay moros en la costa, celebra el triunfo tomando traguitos de nuestras copas. Si tiene que quedarse en el acuario, le bendecimos el agua con un chorrito de chinchón.

Andresito, que está ultimamente de los nervios, nos ha hecho compañía con la esperanza de relajarse y parece que lo ha conseguido... hasta poco antes de salir hacia El Funeral en que la abuela le ha regalado un tanga rojo pasión para celebrar el Día del Orgullo Gay y le ha pedido que se lo ponga y nos haga un pase de modelo para ver cómo le sienta

Se ha cerrado en banda y no ha habido manera de convencerlo.  - ¡Yo no soy gay! (gritaba) -  Ante esta actitud negativa, la abuela se ha enfadado y le ha llamado machísta, xenófobo, homófobo y  algo más. - "¡Todos nuestros amigos los llevaran en solidaridad. Solo tú harás el ridículo!" - Ahí dio su brazo a torcer. - ¿Seguro que lo llevarán todos? - "SEGURO" - Mientras el abuelito salió al rellano a llamar al ascensor, pregunté a la abuela - ¿Seguro que TODOS? - Y con sonrisa pícara me comentó - "¡Y yo qué se!"

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