viernes, 1 de abril de 2016

¡La abuela y la Cotilla se tiran de los pelos!

- ¡Noticias frescas! ¡La abuela y la Cotilla se ha tirado de los pelos en El Funeral! Al principio pensé que había escuchado mal o lo había soñado porque me lo contó Andresito a las horas brujas de la madrugada.

Sonó el teléfono cuando estaba en lo mejor de ese sueño profundo del que no quieres emerger, por eso lo dejé sonar hasta convencerme de que el sonido era real. Me extrañó que fuera el abuelito. Escuché lo que dijo, colgué, di media vuelta y me zambullí de nuevo en busca de las profundidades pero no lo conseguí porque el inconsciente empezó a darme la tabarra hasta que la idea primordial implantada en mi cerebro, retumbó como un tambor de Calanda hasta espabilarme por completo: ¡¡¡La abuela y la Cotilla se ha tirado de los pelos!!!

Lo siguiente que me vino a la mente fue: ¿Por qué no me han avisado? Me hubiese gustado verlo.

Llamé al abuelito para que me contara qué había pasado. No podía quedarme con esa incógnita hasta la hora del desayuno. ¡Pero... si te lo he contado antes, nena! (la voz de Andresito sonaba pastosa) - ¿Te he despertado? (pregunté con la modulación de voz más inocente que encontré) - ¡Pues sí! (parecía irritado ¡Pues ajo y agua! que no le importó despertarme a mi) A pesar de su enfado, no cedí ni un milímetro y acabó contándome que la abuela tuvo un ataque de celos al ver entrar a la Cotilla con él y erigirse el centro de la fiesta que estaban celebrando por la colocación, en la Pared de los Finados, del retrato del último amigo muerto. Y todo fue porque la vecina anunció, a bombo y platillo, que Andresito, a partir de esa noche, era suyo. Inmediatamente fue rodeada por todos los que se encontraban allí recabando información.

Y si hay algo que la abuela no puede permitir es dejar de ser el ombligo del mundo. Así que trasegó unas cuantas copas de chinchón sin apenas respirar, se arremangó unas inexistentes mangas puesto que llevaba puesta una blusita de tirantes que dejaban ver su piel hidratada pero no lisa y se lanzó a través de sus amigos, a por la Cotilla a la que cogió desprevenida. Primero le plantó dos tortazos que le ahorraron el colorete  y luego tiró del pelo, que no es muy abundante y la arrastró por el suelo.

Los abuelitos y abuelitas hicieron corro a las luchadoras, incitándolas con sus gritos, haciendo apuestas (algunos se jugaron la exígua Pensión) tomando partido por una u otra. La lucha no cesó hasta que Andresito, que se encontraba en el trance de estar entre la espada y la pared, tomó partido por la abuela. - ¡Pero si te va a dejar, calzonazos! (gritó, frenética, la Cotilla) ¡No tienes coches bañados en oro!

La abuela consiguió zafarse de los brazos de su amiga y se dio por terminado el espectáculo. Hubo reclamaciones de los apostadores porque a nadie se le había ocurrido que la cosa podía quedar en tablas. - Entonces ¿estás durmiendo con la abuela? (pregunté) - No. Sigue con la idea de tener un coche chapado en oro pero ya no quiere cederme a la Cotilla. Algo es algo ¿no te parece, nena?
- ¿Qué podía decirle?... ¿Calzonazos? La Cotilla ya lo había hecho antes.

Preparé dos cola caos y saqué unas magdalenas que guardé en Navidad de 2014. Tenía que contarle a alguien el episodio que acababa de oír. Solo que a Pascualita no le gusta que la despierten bruscamente y la tiren a la taza de cola cao. Lo hice para espabilarla pero no lo entendió así. Con dos saltos mortales vació las dos tazas encima de mi, luego, como la fiera que es, sacó a pasear los dientecitos de tiburón y me atacó, pero fui más rápida y puse las magdalenas por delante. Clavó los dientes y a punto estuvo de rompérselo de los duras que son. Más tarde la invitaré a chinchón y haremos las paces pero, de momento, está bien así.

No hay comentarios:

Publicar un comentario