jueves, 24 de marzo de 2016

Jueves Santo.

La abuela ha llegado a casa con la Cotilla a las horas brujas de la madrugada. Por lo visto ha ido a recogerla a uno de sus lugares de trapicheo porque tenían que hacer empanadas, torrijas, crespells, robiols... Esto es un no parar. Lo lógico es que se haga una buena cantidad un día, se congelen y se vaya sacando a medida que se coman lo que está cocido. Pero como estas viejas siempre están haciendo negocio ¡lo venden todo! y vuelven a empezar.

Han tenido la decencia de no llamarme para que las ayudara. Aún no he visto ni un euro de sus ventas y eso que les dejo la cocina, el gas, el aceite y todo lo que se les ocurra cogerme. Lo que si han hecho es ruido. Han cantado a voz en grito. Discutían sobre si hay que poner un vaso o dos de aceite en una receta. Se peleaban hablando de novios pasados... Todo esto con las puertas abiertas de par en par. Pero lo que realmente me ha levantado de la cama ha sido el olorcito a café recién hecho. Era tan potente como si estuviese en mi habitación. Al abrir los ojos tenía delante una imagen surrealista a más no poder. La abuela, con la cafetera humeante en las manos, paseaba delante de mi cuarto moviendo las manos echándo el aroma dentro. - ¿Qué haces, abuela? - "¡Cotillaaaaa! Ya se ha despertado el lirón careto!"

No se han ido hasta después de la siesta - "¿Te vienes a la Procesión?" - Va a ser que no. - Hale, pues vámonos. (urgió la Cotilla a la abuela) - Aún es pronto, mujer. (le dije) - Quiero coger el mejor sitio para "trabajar" tranquila. - ¿No me diga que va a "limpiar" carteras? ¡Es Jueves Santo! - Por eso. A ver si hago mi agosto.

Entré en la cocina a por una copa. Estaba empantanada de trastos. No habían limpiado ni recogido nada de lo que habían usado. Sobre la mesa, una nota de la abuela decía: "Para que no te aburras, boba de Coria"

El mal humor se me fue pasando a medida que discurría la película de Ben Hur y me hundía en el abismo del sueño. Es jodido guardar las tradiciones. Cuando desperté era de noche y en medio del comedor había... ¡un fantasma de casi dos metros! Me parapeté tras el sofá. Viendo que no se movía me atreví a llegar hasta el acuario y coger a Pascualita pero ¡no estaba allí!

Volví a mi refugio anti-fantasmas y antes de desmayarme de miedo le dí una ojeada... Cada vez me parecía menos fantasma... y más un nazareno. ¿Qué hacía en mi casa?  - "Nena ¿a qué juegas?" (la abuela me había salido por detrás) - ¿Has visto lo que hay ahí? (susurré mientras señalaba con el dedo) - "Lo he traído yo. Estaba abandonado junto a una gasolinera" - Pero ¿cómo que... abandonado?... Abuela ¿Qué has hecho?... ¿Has robado un nazareno? - "Chist, de robar nada, que aqui todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario... ¿Recuerdas aquel anuncio donde abandonaban un perro en la carretera y una voz decía: El no lo haría? Pues me he acordado en cuanto le he visto, desvalido, con el cirio apagado, sin confites en los bolsillos..." - ¡Pero no es un perro! - "¡Estaba abandonado!" - ¡Estás loca! - "Soy un ser humano" (y puso voz de circunstancias para decirlo)

En la parte alta del capirote asomaron unas manitas que se agarraban con fuerza. Pascualita parecía estar llegando a la cima del Everets. ¡¡¡Abuelaaa!!! (la recriminé por dejarla suelta en presencia de extraños) - "¿Qué quieres que haga si se han echo amigos?"

Más tarde, sentadas en el sofá tomando chinchón, llegó Andresito a buscar a su mujer. - Lleváos al nazareno cuando os vayáis (les recordé) - ¿Quién es? (preguntó mi abuelito. Luego se puso a reir mirando a la abuela) ¿Es un novio que le has buscado a la niña? - "¡No, pero podría serlo...!"

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