domingo, 10 de enero de 2016

Cambio climático.

La abuela está que trina. Se gastó un pastón en ropa de invierno y no se la puede poner. - "En mi juventud las Estaciones del Año eran más serías. Tenían empaque y no engañaban. Ahora son unas pasotas degeneradas que nos tienen descolocados. En Invierno hacía un frío de tres pares de narices. en Primavera florecían los almendros, las abejas no paraban de trabajar yendo de flor en flor y las mujeres nos poníamos ropa de entretiempo: abriguitos de piqué con manga tres cuartos, medias de cristal, en fin... En verano sudábamos la gota gorda y andábamos todo el día con el abanico y echándole anís al agua del botijo para que supiera mejor. En Otoño caían las hojas, te ponías una rebequita para salir por las tardes... Lo normal. Pero, ahora es un sinvivir"

- Es el Cambio Climático, abuela. Nos estamos cargando la capa de Ozono. - "¿Quién te lo ha dicho?" - Los científicos. - "¿Tu hablas con científicos?"- Los veo en la televisión. - "¡Mentira! No te eches flores que nos conocemos. En la tele solo ves a la Esteban" - Sí que la veo... pero poco. - "¿A qué le llamarás tú, poco?"

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaa! ¡Que calooooooor! He tenido que pararme en una tienda de souvenirs y coger un abanico de los caros para aliviarlo un poco. - ¡Encima, de los caros! - Ya que lo cojo no querrás que sea de los chinos. Esta nieta tuya cada día es más tonta. - "He pensado que podemos ir a la playa, Cotilla" - Y después comeremos en un comedor social. Te invito. - ¡Abuela! tu tienes dinero. No puedes comer en esos sitios. - "No te preocupes que no se me van a caer los anillos, nena"  - Y salieron del brazo camino de la playa. Corrí tras ellas porque me di cuenta que la abuela no me había entendido pero el ascensor ya había iniciado el descenso.

Saqué a Pascualita del acuario y salimos al balcón para que nos diera el sol. En ese momento las vi dirigirse a la parada del autobús. Y grité: ¡¡¡Abuelaaaaaaaaaaaa!!! - Pero con el ruido del tráfico no me oyó. Así que hice bocina con las manos y sacando medio cuerpo fuera de la barandilla del balcón, grité con toda la potencia de mis pulmones: - ¡¡¡ABUELAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!... - Y me caí.

Las ramas del árbol, que habían reverdecido de nuevo gracias a los calores inusuales de enero, evitaron que me estrellara contra la acera. - ¡¡¡Pascualitaaaaaaa. Socorrooooo!!! - La sirena estaba a dos palmos de mi y me mostraba su dentadura de tiburón. Aquello me enfureció. - ¡No tengo la culpa, maldita sardina! ¡Te haré en escabeche, jodía! ¡Ven aquí y verás lo que es bueno, bicho asquerosooooo!

Quizá, alertada por mis gritos, una vecina se asomó al balcón. - Vaya sitio para tomar el sol. - ¡Me he caído! - No me extraña. Te pasas el día haciendo el tonto. - ¡Llama a los bomberos! - ¿Y qué les digo? ¿Que se te han olvidado las llaves cuando has salido a andar por las ramas? jajajajajaja - ¡¡¡Eres tonta!!! - ¡Anda y que te den!

De repente, Pascualita saltó hacia mi y me aparté rápida. No me mordió pero la nueva rama en la que estaba, no aguantó mi peso y caí sobre... Bedulio que pasaba por allí. Me siguió Pascualita que, para no estrellarse contra el suelo se agarró al trasero respingón del Municipal e hincó los dientes.

Mientras todo esto pasaba, llegó el autobús y las dos amigas subieron a él sin que se percataran de nada. A Bedulio y a mi nos llevaron a una clínica. Antes de que nos metieran en ambulancias separadas (en su inconsciencia, él lo pidió así) tuve tiempo, al arrancar a Pascualita, de ver el terrible hinchazón que impediría a Bedulio sentarse durante varios días. 

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