domingo, 24 de enero de 2016

Batucada.

A las ocho y media de la mañana han llegado los abuelitos, seguidos de Geooorge portando un tambor. - ¿Traéis ensaimadas para el desayuno? - "¡Naturalmente! Una para Andresito y otra para mi. Ya puedes hacernos café con leche" - ¿Y yo? - "Tu haz café, te he dicho" - Pregunto por mi ensaimada. - "Tu sabrás. ¿La has perdido?" - No he ido a comprar (dije compungida) - ¿Por qué preguntas entonces?"

Mientras comían me conformé con mirarlos. El abuelito se compadeció de mi. - Tendríamos que haberle traído una ensaimada a la Nena. - "Come y calla. Ya es mayorcita para comprarse y comer lo que quiera. No la malcríes" - En cuanto terminaron, la abuela se colgó del cuello el tambor que custodiaba el inglés y lo tocó. Al primer redoble me sobresalté. - ¿Qué demonios haces? - "Tengo que practicar porque esta tarde actúo. Venga, Andresito, marca el ritmo"

El ensayo se prolongó hasta la hora de comer. - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaaaa! Mirad lo que traigo: ¡pizzas de un contenedor de barrio rico! - "¿Hay para todos?" - ¿Tu nieta también comerá? - ¡Claro! (estaba furiosa por la poca consideración que me tenían) - Claro, no. Yo no sé si estás a régimen o no. - ¡Pero si me ve comer todos los días!

Después de comer los abuelitos reanudaron el ensayo. Aquello era un guirigay. Entre redoble y redoble, oímos el timbre de la puerta. - Yo no voy (estaba asustada) Serán los vecinos. - Efectivamente. Una representación de la escalera estaba en el rellano con cara de pocos amigos. - ¡¡¡Es la hora de la siesta!!! ¡A tocar el tambort a los padres Paules!. - La abuela encontró una solución: puso encima unas mantas que amortiguaron el ruído y hasta nosotros pudimos sestear.

Cuando desperté, la abuela se había puesto un mini vestido de lentejuelas negras, botas rojas de altas, de charol y un gorro del que sobresalían unos inquietantes cuernos de macho cabrío. Los que lucía Andresito no desmerecían de los de su mujer. Mientras, Geooorge ponia una mesa en la que no faltaban ni candelabros con cera negra, cuernecillos rojos, calaveras con una vela en el interior que iluminaba las cuencas vacías de los ojos.

Llamaron a la puerta de manera imperiosa. - ¡¡¡Abrid a Lucifer!!! - gritaron desde el otro lado de la puerta. Corrí a esconderme bajo la mesa camilla después de coger a Pascualita del acuario. Si el demonio en persona venía a raptarme, me defendería. Unos segundos después, un grupo de terroríficos demonios, iluminados por los fuegos del Infierno, irrumpieron en mi casa al son del redoble de muchos tambores mientras maléficos personajes echaban fuego por la boca.

Asomé un ojo bajo las faldas de la camilla y lo que vi me heló la sangre. ¡Satanás y toda su corte habían tomado mi casa al asalto! - Lloré y pataleé implorando perdón - ¡¡¡No volveré a robar los cepillos de las iglesiaaaaaaaaaaaassss!!! - La casa parecía arder por los cuatro costados. Estreché a Pascualita pero ella se resistió y salió disparada a unirse al Akelarre. El ruído de los tambores era atronador. De nuevo sonó el timbre de la puerta. Otra vez estaban los vecinos en el rellano... aplaudiendo a rabiar.

Llamé a gritos a Pascualita pero era imposible que me oyera. Me arriesgué a salir a buscarla, a riesgo de ser arrojada a las calderas de Pedro Botero para toda la Eternidad. Vi a la Cotilla, a Geooorge y a los abuelitos saltando y bailando sin parar ¡estaban endemoniados! Pero no me extrañó porque siempre he sabido que eran unas brujas pero, el mayordomo y Andresito... ¿también?

De repente se fueron todos. También Pascualita, camuflada en el broche de la abuela. Corrí al balcón  a tiempo de ver desaparecer a los demonios tras la esquina. Cuando se hizo el silencio en la calle alguien comentó: ¡Vaya batucada más guay!... ¿Batucada? ¿Grupo de tambores marcando el ritmo de una fiesta?... ¿Así que era eso? Me dio un mareo a causa de la tensión acumulada y no me quedó más remedio que servirme unas copas de chinchón.




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