miércoles, 16 de septiembre de 2015

Visitas de madrugada.

El frío de la muerte se ha colado por mi camisola de madrugada y, además de helada, me ha dejado empapada y temblando de miedo como una hoja arrancada por la tormenta. - ¡Aaaaaaaaaaah! ¡A mi no. Soy muy joven todavíaaaaa! - "¡Calla que despertarás al vecino de arriba!" - ¿Abuela? - "No sé cómo puedes dormir tanto" - Enfoqué los ojos hacia la esfera del despertador. - ¡Son las tres de la mañana! - "A una persona, con la conciencia tranquila, le bastan cuatro horas de sueño para estar como una rosa el resto del día" - ¿En qué planeta pasa esto? - "¡Aquí, boba de Coria! Mirame a mi. Ahora mismo estoy como una moto"

Me empujó hacia un lado de la cama. - "¡Cuidado que aplastarás a Pascualita!" - Ahora entendí lo del frío y el agua. - No me gusta que me la pongas en la espalda. - "Que sosa eres. No aguantas una broma" - ¿No estabas en Tordesillas? - "Al final me escapé haciendo autostop. Mis piernas siguen siendo espectaculares" - ¿Eso no se hace poniendo el dedo así? - "¡Pascualita. Muérdela!"

Llamaron a la puerta. Era el vecino de arriba. - Estas no son horas de visita. - Eso mismo pienso yo. Y como me estoy cargando las baldosas de tanto darles con la escoba para haceros callar a ti y a tus visitas, prefiero unirme a la cháchara. Total, ya me has espabilado. - Y entró como Pedro por su casa. Unos minutos después, él y la abuela se tomaban un chinchón en la cocina.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaa! ¿qué hace éste aquí a éstas horas? (dijo la Cotilla en cuanto vió al vecino) - Salvando mis baldosas. - ¿Has montado una ONG? (entonces se fijó en la abuela) ¡Estás entera! (gritó y corrió a abrazarla) - "No exageres, Cotilla. Que entera, lo que se dice entera, dejé de estarlo cuando Alfonso XIII era cabo"

Mientras los tertulianos mezclaban café, chinchón y anécdotas, yo volví a la cama. Pero allí estaba Pascualita, más cabreada que un mono porque la habían despertado bruscamente mientras dormía profundamente. En cuanto me vio sacó la dentadura de tiburón a pasear. - ¡No he sido yo. Te lo juro! -  Pero la sirena no atendía a razones. Me puse el guante de acero y cogiéndola, la llevé hacia el acuario. Ni así se estaba quieta y al final, cuando pasábamos por la cocina, logró zafarse con un poderoso movimiento de cola. Voló hasta caer sobre el cogote del vecino de arriba y se armó la de San Quintín.

La Cotilla, pensando que el causante de los saltos, gritos, babeos, llantos y moqueos del hombre, era el fantasma de mi primer abuelito loco de celos, corrió hacia su cuarto y se encerró con llave. La abuela consiguió parar al "bailarín" y dormirlo a base de chinchón. Metí a Pascualita en el agua. Se dejó caer, lentamente, hasta la arena del fondo y se durmió enseguida.

La abuela ronca, atravesada en mi cama. No tengo sitio y estoy desvelada. Me he acercado al vecino. Tiene la nuca tan hinchada que habrá que cortarle la camiseta para sacársela.



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