viernes, 4 de septiembre de 2015

Pepe no aparece.

No he dormido pensando dónde podría estar Pepe. ¡Como puede ser tan retraída esta puñetera cabeza cortada! ¿Qué le cuesta decir dónde va o dejar una nota escrita sobre la mesa de la cocina?... Ya sé que no tiene cuerdas vocales y le cosieron la boca. Ni siquiera tiene un cuerpo en el que colocar brazos y manos pero ¡caramba! solo le pido un pequeño esfuerzo por su parte.

¡Pues va dado si piensa que me voy a pasar el día buscándolo! Cómo si no tuviera otra cosa que hacer... Con lo agradable que es tener al lado una persona que te escuche cuando tienes problemas o necesitas un consejo... No es que él me los dé pero... tenemos una comunicación mental que nos permite entendernos. No sé cómo será esto porque tampoco le dejaron el cerebro en su sitio. De echo pienso que se lo comería, rebozado, el Jefe de la tribu de los jívaros. ¡No importa el misterio, ni el cómo. Solo quiero que aparezca Pepe!

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaa! ¡Mira, me han dado cinco euros por el espantajo ese de la estantería de la cocina!... ¿Por qué me miras así?... ¿Esperas que te de tu parte? ¡Lo llevas claro! Esa porquería llevaba mucho tiempo allí arriba, cogiendo polvo y ácaros. Te lo he quitado de encima. Lo menos que podrías hacer es darme las gracias. - Sentí que me hervía la sangre. La Cotilla había ¡vendido a Pepe como quincalla! - Ya está yendo a buscar a Pepe y no vuelva sin él, vieja entrometida. ¡Es mío!... ¿Qué espera? ¡Mueva el culo, maldita sea! - La vecina no se esperaba una reacción semejante de mi y se asustó. Después dio media vuelta y corrió en busca del comprador de Pepe.

Salí al balcón a esperarla. Los nervios me atenazaban la garganta y me tomé una copa de chinchón para calmarlos. El sol luchaba por vencer a las nubes y de cuando en cuando, un rayo iluminaba la fachada de casa. Pensé en Pascualita. Tenía que explicarle lo de Pepe. Y saqué el acuario al balcón. Me senté en el suelo, a su lado y empecé a hablar. De repente, alguien me tiró una piedra a la cabeza. - ¡Maldita sea! - Miré al balcón del vecino de arriba. No había nadie. - ¡No te escondas, desgraciado! - No tuve tiempo de decir nada más porque sobre nosotros cayó una tromba de agua seguido de una tormenta eléctrica. A la primer piedra siguió una enorme granizada y tuve que resguardarme en casa. Entonces vi el acuario echo trizas. El granizo se lo cargó. - ¿Dónde te meto ahora, Pascualita?

En la cocina estaba la olla exprés y cogí como solución temporal. La llené con agua de mar. A la sirena no le gustó su nueva "casa" porque no era transparente. Para hacerla más confortable le puse arena, algas, el barco hundido... - Es solo por hoy, Pascualita. Cuando dejé de llover de saldremos a comprar un acuario nuevo.

Me senté a descansar en la salita. Pocos segundos después, dormía y solo algo especial puede despertarme cuando estoy como un lirón, como por ejemplo, el olor a comida... Alguien trajinaba en la cocina: - ¿Quién anda ahí? - Soy yo, nena (dijo la Cotilla)... Estoy preparando el caldo de pescado que has dejado en el fogón, con el fuego apagado ¡Que cabeza tienes! - ¡¡¡APAGUELOOOOOOOO!!!

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