martes, 1 de septiembre de 2015

Pascualita la lía.

- "¡Nena, te espero en la playa!" - Supongo que es esto lo que me ha dicho la abuela cuando todavía no habían puesto las calles. ¿Esta mujer cuándo duerme? ¿Y por qué no le da la lata a su marido en vez de a mi? Que sacrificada es la vida de una heredera... luego para que no me deje la Torre del Paseo Marítimo en el testamento.

Mientras desayunaba, llovía pero hacía tanto bochorno que pensé que no estaría mal darme un bañito en el mar ¡y entonces me acordé de la orden de la abuela! pero la rechacé rápido creyendo que lo había soñado. - ¿Quiéres más cola cao? - pregunté a Pascualita. El contenido de su taza mojaba el mantel de la cocina y parte del suelo. Está más inquieta que de costumbre. ¿Será el celo otra vez? ¡Que pesado es ésto! y encima sin un sireno a la vista.

La puerta de la calle seguía hinchada y no pude abrir. ¡Maldita sea! Tenía que ponerle solución a ésto. -  ¿Qué hacéis en tu hábitat cuando os pasa algo así, Pascualita? - Me miró con sus inquietantes ojos de pez. Redondos, fijos, sin parpadeo y, de repente, me tiró un chorrito de agua envenenada a la cara. - ¡La madre que te parió!... O sea, que no tenéis este problema ¡Vale, vale!

La abuela llamó - "Hace dos horas que estoy en la playa ¿A qué esperas?"  - Llueve. - "Ya estás tardando" - Telefoneé a los bomberos - ¡Quiero salir de casa! Soy la de anoche. - El camión de bomberos se hizo notar mientras cruzaba las calles a toda pastilla y con las sirenas a todo meter. - Terminado el trabajo, les invité a chinchón on the rocks y magdalenas de la Cotilla. - ¿No están un poco duras éstas pastas? - Mojadlas en el licor. - Como era de esperar, el bollo se hinchó absorbiendo casi todo. - Ahora a comer. - Esta magdalena tiene algo verde. - Es moho.- Se fueron sin probar nada. Lo hice yo, no me gusta tirar comida.

De camino a la playa bajo el paragüas, entré en una tienda de peces. - Buenos días. ¿Tienen tritones? (pregunté a la dependienta) - Pascualita se asomó al termo de los chinos en cuanto olió a peces. - Sí. Recién llegados. - Quiero uno gordito. - Estos animalitos son muy estilizados. - ¿Cree que le gustaría a una sirena? - ¡Por suspuesto! (y señaló a un bicho en concreto) Puede ver que es todo un galán. - Si usted lo dice... - ¿Se lo queda? - Mientras me lo pensaba, Pascualita saltó a un acuario y en un momento lo dejó sin inquilinos. Le hice una seña para que volviera al termo pero debió entenderme mal porque saltó a otro acuario y así, de uno a otro, hizo una escabechina de padre y muy señor mío.

Tenía un problema que no sabía cómo resolver: la sirena era como una de las siete plagas de Egipto, arrasaba con todo bicho viviente. Por otra parte, no sabía cómo sacarla de allí. La dependienta aún no se había dado cuenta del estropicio y seguía queriendo venderme la moto del dichoso tritón - ¿Y... qué come...? - Le enseñaré algunos botes de distintos piensos. - Sí, por favor... Pero no tengo prisa, así que tenemos tiempo jejejejejeje. - De repente tuve un golpe de suerte. La sirena saltó hacia mi mano de camino a otro acuario, y pude atraparla al vuelo. Mientras la dependienta iba sacando piensos, intenté meterla en el termo de los chinos pero era imposible. Aquel tripón, saturado de peces, estaba tan hinchado como la puerta de casa y no cabía en el termo ni metiéndola a rosca.

Acabó de cabeza en la bolsa de la playa. Compré el tritón y un bote de pienso. En la calle llovía a cántaros y dudé a dónde ir. Opté por la playa. Allí no había nadie. Volví sobre mis pasos. La puerta de casa estaba abierta de par en par. La abuela y la Cotilla tomaban un café con leche caliente con un chorrito de chinchón. Empecé a estornudar sin parar, como si quisiera salir en el libro Guines de los Records. Es una lástima que no los contara porque llevo desde entonces sin parar... Pascualita, sentada en el frutero, me hace el signo de OK con sus deditos... ¿Qué querrá decir? ¡Seguro que está encantada con mi constipado, la jodía!

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