miércoles, 30 de septiembre de 2015

Noche de tormenta.

El timbre insistente del teléfono, me despertó. Era la abuela: - "¡Nena! Estamos sin luz ¿Tú tienes?" - ¿Es de noche? - "Si, las cuatro de la madrugada" - Entonces no es raro. - "¡Enciende la lamparilla, coñe y dime si alumbra!" - No funciona. Se habrá fundido la bombilla. - "Es un apagón general... ¡Toda la culpa es de los políticos! Les pagamos para que nos hagan la vida más grata y ellos nos devuelven a las cavernas ¡Sin luz en pleno siglo XXI!" - ¿Quieres algo más, abuela? - "Si tienes velas mandaré a Geooorge a por ellas"

Si algo no falta en mi casa son velas que la Cotilla se encarga de suministrar para el altar de los Amigos de lo Ajeno, pero no se lo recuerdo a la abuela porque no quiero desvelarme esperando a que llegue su mayordomo. Es noche cerrada y solo quiero dormir. - No me queda ni una. Hasta mañana. - "Ahora mismo escribiré una carta al Director del Diario poniendo a parir a los políticos, Andresito... Clic. - La abuela había colgado.

Lo que tanto temía, ocurrió. Me desvelé y tuve que tragarme la tormenta que se desencadenó minutos después. Viento, lluvia, rayos y truenos se confabularon para montar un escenario nocturno aterrador. Pasé la mayor parte del tiempo escondida bajo las mantas Un rayo que debió car muy cerca, iluminó mi habitación y las sombras adquirieron vida propia: El Faraón venía hacia mi, erguido en toda su majestad. Portaba la Doble Corona y en una de sus manos brillaba la espada de oro con la que me cortaría la cabeza. Me acusaba de dejar su palacio a oscuras: - ¡Me has mentido, traidora! Te he llenado de oro y ahora me niegas la luz ¡Dame las velas que escondes y tendré piedad de ti! Tu cuerpo será momificado para que exista durante toda la eternidad. La cabeza descansará a su lado y cuando tu alma vuelva del Juicio de los dioses, la reconocerá.

Yo me arrebujaba en la ropa de la cama. Sudaba a mares viendo acercarse mi fin. - ¡No tengo las velas, mi señor! Estoy tan a oscuras como tú. Se las llevó la Cotilla para honrar a los ladrones del pueblo. - ¿Te atreves a llamar ladrón a tu faraón? - Esto... no me refería... a ... ti... - La espada se alzó sobre mi y su brillo me deslumbró mientras caía sobre mi cuello y el faraón recitaba los castigos de los que me había hecho merecedora: - Tu cabeza y tu cuerpo serán arrojados al Nilo para que los cocodrilos den buena cuenta de ellos. Tu corazón será comido por la Devoradora y el alma vagará eternamente sin poder encontrarte. Tu nombre y títulos serán borrados de las paredes de los templos y de la tumba que te hiciste construir y será como si nunca hubieses existido...

- ¡No, no, noooooooooooo! - grité, horrorizada. - ¿Cómo que no? En los bajos de la librería de la salita, hay un montón de trozos de vela. Tienes contenta a tu abuela. Ha tenido que escribir la carta al Director a la luz de la llama de un mechero y Andresito se ha quemado los dedos. - ¿Por qué? - Porque lo aguantaba él.- Miré a mi alrededor. - ¿Y... el faraón, Cotilla? - ¿Has metido un hombre en casa? ¡Por fin una buena noticia! ¿Se lo has dicho a tu abuela? - No... no... - ¿Has dicho faraón? O sea, que el tío es de buena familia. Veo que vas aprendiendo...- (Mis ojos desorbitados le dijeron que algo no iba bien) ¿Un faraón es... alguien... muy antiguo, verdad? - En ese momento se oyó un fuerte ¡Chof! Pascualita se había despertado. Sin pensárselo dos veces, la Cotilla saltó a mi cama y ambas nos tapamos la cabeza por lo que pudiera pasar.

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