lunes, 7 de septiembre de 2015

La Cotilla se enfada.

Me desperté gritando en pleno terremoto y tuve que agarrarme fuerte para que el zarandeo no me tirara de la cama - ¡¡¡Socorrooooooooooo!!! - grité muerta de miedo. - ¡Calla, boba! ¿Has visto a tu abuela? Aquella voz desagradable me resultaba conocida - ¡Abre los ojos! - ¡¡¡No quiero mirar!!! - Unos sonidos que venía de lo alto, me devolvieron la esperanza. ¡Eran los bomberos que estaban a punto de encontrarme! - ¡¡¡Estoy aquí. Aquiiiiiiiii!!! - ¡Despiértate de una vez, coñe!

Envalentonada al saber que iba a ser rescatada en breve, abrí los ojos. - ... ¿Cotilla?... ¡Cotilla! Se nos ha caído la casa encima... Ojalá nos rescate un bombero de calendario. - Si despierta eres tonta, dormida no hay quién te aguante. No hay ningún terremoto, ni bomberos, ni nada de nada. Y el que aporrea el techo es el vecino de arriba al que has despertado con tus gritos ¿Dónde está tu abuela?

Sin pensárselo dos veces, la Cotilla me tiró a la cara el vaso de agua que tenía en la mesilla de noche. - ¡Está loca! - Miré por la ventana, en la calle no había más luz que la de las farolas. - ¿Por qué me despierta? - ¡Tu abuela me ha robado 20 euros! - Me levanté de un salto. Corrí en busca de Pascualita, que a esas horas dormía profundamente, y se la tiré a la Cotilla, llena de rabia.

La vecina vio venir algo hacia ella y de un manotazo, le hizo cambiar el rumbo. La sirena salió por la ventana del comedor, camino del árbol de la acera. - ¡Compra algo contra los mosquitos en lugar de perder el tiempo timando a una pobre pensionista! - ¡Usted merecía un escarmiento por vender a Pepe! - ¡Con el dinero de la Pensión no se juega! - ¡No fui yo. Vaya a pedirle cuentas a mi abuela! - ¡A esa le voy a preparar un mejunje que la bajará a la tumba en un santiamén! - ¡La denunciaré, vieja loca! - ¡Prepararé otro para ti!

Entre grito y grito, oí que aporreaban la puerta. En el rellano estaban todos los vecinos, legañosos e irritados. No me dio tiempo a preguntar qué querían porque las bofetadas nos llovieron por todos lados. Fue como una tormenta de verano. Rápida e intensa. Una vez desahogados, desaparecieron rumbo a sus camas

Asombradas y doloridas, entramos en casa. Un pie me impidió que cerrara la puerta. Era un hombre alto y delgado, vestido de Municipal. Tenía el rostro desfigurado como si le hubiese pasado por encima un tren de mercancías. Sangraba por varios sitios. Asustada, de mi garganta salió un alarido desgarrador. Inmediatamente, las puertas de los pisos se abrieron y los vecinos bajaron en tropel. Al ver a la inquitante "aparición" dieron media vuelta dejándome sola ante el peligro. Miré con temor aquella cara desfigurada, llorosa y moqueante. Pegada a una de sus orejas, de la que había desparecido a mitad, vi a Pascualita. No podía dejarla allí. La arranqué de un fuerte y seco tirón. A partir de este momento, nunca más podrían decirle, el día de su cumpleaños: Vamos a tirarte de LAS orejas, sino de LA oreja.

El hombre bajó las escaleras de seis en seis y gritando como si lo estuvieran matando. De repente, por un gesto suyo, le reconocí. - ¡Bedulio. Que alegría verte de nuevo! - Corría tanto que no me oyó.

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