sábado, 19 de septiembre de 2015

Hay que deshacerse del vecino.

La Cotilla, que está como unas castañuelas desde que han llevado al cine las triquiñuelas de su amado Luis Bárcenas, ha venido cargada de ensaimadas, cuartos y croasanes recogidos en contenedores de los barrios ricos de Palma. - Me he dado un buen paseo pero ha valido la pena. Hoy desayunaremos con chinchón en lugar de café con leche ¡a la salud de mi querido gurú! - Me parece un poco pronto... - ¿No irás a hacerme un feo, verdad? Ya sabes que soy una experta haciendo mejunjes.

Así que, a las 6 de la mañana, hemos abierto la botella de chinchón y nos hemos puesto como el Quico. Entre brindis y brindis, ha lamado a la puerta el vecino de arriba, al que tendré que decirle cuatro frescas porque se está acostumbrando a meterse en nuestras conversaciones.

- Menuda juerga tenéis esta noche. Así no hay cristiano que duerma. Por cierto, aquí os traigo unas facturas de la farmacia para que me las abonéis. Soy el rey de las Pastillas para dormir gracias a vosotras. En cuanto me ven entrar me preparan una tanda... - Huy, hijo, a mal sitio vienes a pedir. Soy una jubilada con la pensión más raquítica que la raspa de un pescado. Hago malabares para llegar a fin de mes y ni por esas. (la voz de la Cotilla, hasta ahora alegre y dicharachera, se convirtió en un lamento lloroso que, hasta a mi, me puso un nudo en la garganta)

- Hablé con mi doctora y me aconsejó que, ya que no podía dormir gracias a vosotras, me uniera a la fiesta. - Entonces, ya que no nos queda otro remedio que aguantarle, no hay nada que pagar. - ¡Ya lo creo que sí! Estas pastillas las he pagado y tomado. A partir de ahora ya no necesitaré más pero éstas las quiero cobrar. - Me estaba resultando cargante el dichoso vecino. - Mientras buscas la cartera, me tomaré una copita de licor.

- Nosotras ya nos íbamos a dormir, ¿verdad, Cotilla? Y la cartera, da igual que la busque o no,  porque lo único que tiene son telarañas... Hale, arreando para su casa que no son horas de visita.

Dormimos hasta muy tarde. Como no teníamos ganas de guisar, la Cotilla fue a buscar comida a un comedor social mientras yo me quedaba pensando en cómo deshacernos del vecino. Salí al balcón para despejar la mente y lo vi cuando volvía de trabajar. Sin pensármelo dos veces cogí a Pascualita que, lánguidamente, se desperazaba entre dos aguas. Asustada, intentó clavarme los dientecitos de tiburón, cosa que no hizo gracias al guante de acero. Pero la recompensé lanzándola a la cabeza del vecino. Bastó medio minuto (lo que yo tardé en bajar corriendo las escaleras) para dejarle el cráneo mondo y lirondo.

- ¡Caramba, vecino! ¿Look nuevo? No está mal - Le iba diciendo mientras corría tras él. Finalmente pude coger a Pascualita y dar un tirón seco. Se llevó un pedacito de cuero cabelludo entre los dientes y el hombre sangraba como un surtidor. Corrí escaleras arriba mientras su mujer bajaba en el ascensor. Atranqué la puerta de casa y no abrí hasta que la Cotilla me juró por sus muertos que era ella.

Esta noche, al bajar la basura, el matrimonio llegaba del ambulatorio. - ¡Ostras, vecino! ¿Y ese vendaje? ¿No me diga que un piel roja ha querido arrancarle la cabellera? jejejejejeje - Me llevé dos miradas cargadas de odio. No les gustó mi broma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario