martes, 29 de septiembre de 2015

A la Cotilla le sale el tiro por la culata.

La Cotilla ha llegado a casa cargada con bolsas llenas de conchas y las ha desparramado sobre la mesa de la cocina. - Hale, tenemos trabajo. - ¿Viene de la playa? - Llevo desde las seis de la mañana recogiendo todas éstas conchas. La guardia civil me ha dado un susto de muerte. Han pensado que era una contrabandista porque, como a esas horas aún es de noche, llevaba una pila encendida para ver lo que cogía y querían detenerme

- ¿Qué se trae entre manos? - Vamos a hacer collares, pulseras y pendientes con todo esto para venderlo luego en los mercadillos. - ¿Cuándo dice "Vamos" a quién se refiere? - A ti y a mi. - ¿Tengo yo cara de querer trabajar en ésto? - Ahora mismo tienes la misma cara de pasmada de siempre. - Gracias. Se ha dado cuenta ¿verdad? - Siempre la tienes igual jijijijijiji - No me cabree de buena mañana y búsquese otra panoli que la ayude. - ¿Sabes que cuando se hace algo a sabiendas, hay que apechugar con ello? - ¿? - Sé que tiraste al señor Li por el balcón... y a su numerosa familia le encantaría saberlo también... - ¿Me está amenazando? - ¡Hombre! que lista me estás saliendo, boba de Coria. - ¡No puede hacerme eso! Tuve un impulso. Eso fue todo. - ¿Crees que esta disculpa ridícula alegrará a los chinos? ¡Ja!

La Cotilla se fue dejándome con la palabra en la boca y las piernas temblando. Tenía que hacer algo o me convertirían en relleno de shusi. Me dirigí al abuelito Roberto. - ¿Debo emigrar antes de que me encuentren? ¡Dime algo, por favor!... o mándame una señal. - Clavé la vista en la cabeza jivarizada esperando... Así estuve un buen rato y cuando ya me daba por vencida escuché un ¡chof! que venía del comedor - ¡Pascualita! ¡Gracias, abuelito!

Con la sirena en el termo de los chinos, entré en la habitación del hospital donde estaba la "momia" del señor Li. Antes, había esperado escondida tras un señor que, en camisón hospitalario y arrastrando un porta sueros, iba enseñando el culo por el pasillo, a que saliera la Cotilla a la que había oído hablar cuando estuve a punto de abrir la puerta. Rápidamente, saqué a Pascualita y la puse sobre la boca del chino, no sin antes haberle tirado de sus cuatro pelos-algas, cosa que la enfureció y se lió a mordiscos con lo primero que tenía a tiro: los labios finos del señor Li. Luego tuve que tirar fuerte para arrancarla de allí.  Al salir me pareció escuchar gruñidos al tiempo que, el blanco yeso de la cara, se volvía rojo.

La Cotilla vino a casa muy tarde. - ¿La ha atropellado un coche? (pregunté, solícita, al verla llena de moratones, mercromina y vendas) - Hubiése sido mejor. He contado la verdad de lo que pasó con el señor Li y no me han creído. Dicen que le he atacado en el hospital. Que he querido ahogarlo hinchándole los labios con silicona y ahora le sobresalen por encima de la escayola ¡Esta gente está loca! - ¿Quiere una copita de chinchón? - ¿Una copita? ¡Trae la botella, a ver si se me va el disgusto!

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