lunes, 3 de agosto de 2015

Un hombro en el que llorar.

Aunque ha quitado el falso "faro" de la fachada a regañadientes, la abuela no ha consentido que su casa pase desapercibida estando el Rey en el vecino Palacio de Marivent y ha hecho colocar un rayo laser que barre el cielo en cuanto oscurece.

Los poderosos contactos de Andresito han conseguido que las casas de Seguros rebajen un poco el montante que tendrá que pagar por el estropicio de los barcos, En la Torre del Paseo Marítimo la tensión puede cortarse con un cuchillo.

Andresito se ha venido a mi casa a llorar sobre mi hombro. - Es que no puedo desahogarme con nadie. A mi madre no puedo contarle nada porque es tan mayor que un disgusto así la mataría. Y mi hijo está tan ocupado en el Hospital desde que hicieron los recortes en Sanidad y casi se quedaron sin plantilla que apenas lo veo. - Si te vas a quedar a dormir te pondré un colchón en el suelo frente al balcón esta noche.

 Encargó una paella de marisco para la hora de comer. - No quiero que hagas nada. Solo escucharme. - Gracias, abuelito aunque, te advierto una cosa, no admito devoluciones. - Ahora no te sigo. - Me refiero a la abuela. No me la devuelvas. - Vaya, tenía la vaga esperanza... - ¡Ni esperanza ni leches! que cada palo aguante su vela.

A media mañana yo ya tenía la cabeza como un bombo entre quejas, lágrimas, más quejas, moqueos constantes, copitas de chinchón, más y más quejas... Me levanté a por Pascualita. Quería que viera en lo que se convierte un hombre cuando una mujer lo coge por banda. - Mira (le susurre para que Andresito no se enterara) Esto lo ha hecho la abuela. - La sirena junto los deditos e hizo la señal de OK. - ¿También pasa esto en tu hábitat? Vaya por Dios.

Llamaron a la puerta y mientras el abuelito seguía desgranando sus desgracias, fui a abrir sin que se diera cuenta de que me había ido. En el rellano se oían voces... - ¡Que no quiero! - Pues el médico ha dicho que tienes que enfrentarte a tus miedos. - ¡¡¡He dicho que no quiero!!! - ¡Era Bedulio!

Abrí la puerta y le salté al cuello - ¡Que alegría verte! - Reaccionó como si le hubiera picado una cobre. Saltó hacia atrás pero no me solté. El municipal que le acompañaba le daba ánimos. - Enfrentate a tus miedos. Sé valiente. Sé que puedes hacerlo. - ¡Mucho sabes tú, gilipollas! (le gritó Bedulio) ¡Quítamela de encima o no respondo! - Sin darme cuenta, estaba aplastando a Pascualita contra el pecho del Municipal antes de que éste me diera un empujón y tratabillé hasta la barandilla de la escalera. Viéndose libre de aprietos, la sirena saltó... a la espalda del compañero de Bedulio. Allí clavó los dientes y no soltó hasta que la arranqué de un tirón seco.

Volví junto al abuelito que seguía con su rosario de quejas. No se había enterado de nada, sumido en sus preocupaciones, a pesar del jaleo que organizaron los municipales corriendo escaleras abajo mientras se empujaban para llegar primeros a la calle. Ni oyó los gritos de Bedulio cuando vio la sangre en la espalda de su amigo que gritaba, lloraba, moqueaba y saltaba como un energúmeno.  Volvieron a llamar a la puerta: Traían la paella y tras ella venía la Cotilla.

Después de comer y no dejar ni un grano de arroz, el abuelito me cogió una mano, la beso y me dijo, agradecido: - No sabes el bien que me has hecho escuchándome, Nena. - Entonces, en tu testamento ¿me dejarás a mi la Torre del Paseo Marítimo?

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