domingo, 30 de agosto de 2015

La boda (y III)

Geooorge, orgulloso del coche que llevaba y queriendo presumir de él, arrancó antes que nadie y enfiló la carretera de montaña que nos llevaría a comer. De repente, vio las estrellas en pleno día, al recibir un pescozón de la abuela. Frenó en seco y se rascó la cabeza. - "¿Tienes el don de la adivinación, mastuerzo? ¿Sabes a dónde vamos? ¡NO! Pues deja pasar a todo el mundo y sigue a la caravana de coches, bobo de Coria" - Respiré aliviada. Por una vez, el bobo de Coria era otro y no yo.

La carretera subía y subía por la Sierra de Tramuntana cubierta de pinos que, de vez en cuando, dejaban ver el color turquesa del mar. Aquel paisaje único me tenía arrebatado el corazón que palpitaba lleno de romanticismo y dije: - Viendo esta maravilla no me hace falta comer porque me llena el espíritu de belleza y armonía. - Vale. Lo que no quieras lo meteré en los tapers. - Ay, Cotilla, que poco sensible es usted. - Ya me pedirás de comer cuando tengas hambre y te daré romanticismo gratinado con queso a las finas hierbas. - Con gente así no se puede hablar.

Las curvas se sucedían unas a otras y poco después estábamos tan mareadas que Geooorge tuvo que para el coche o lo hubiésemos puesto perdido. Y eso hicimos, aunque no al coche sino al inglés. Le oímos maldecir en arameo contra nosotras - "¡Chist, que se te... ¡ahgggg!... entiende todo...¡ahgggg!
y como me ... ¡ahgggg!... cabree te va a pagar el ... ¡ahgggg!... sueldo Rita la ... ¡ahgggg!... Cantaora" (le soltó la abuela entre arcadas y vomitonas)

Creí que moriríamos allí mismo. Quién más lo sentía era la Cotilla porque no podría llenar los tapers ni dar un repaso a las carteras de los invitados. - Además, al no ser socia del El Funeral, no pondrían su foto en la pared de los Finados y eso la tenía amarilla de envidia.

Finalmente no nos morimos y continuamos subiendo hacia el mirador donde iba a celebrarse el banquete de boda. Llegamos las últimas. Los comensales nos aplaudieron, sobre todo los que habían probado el chinchón on the rocks hacía un rato. Los camareros fueron sacando platos para picar y cuando, poco después los recogieron, estaban limpios como una patena. Y así toda la comida. Ni los huesos quedaron. Como tampoco las botellas de vino. - ¡Menudo saque tiene esta gente! (comentaba en voz baja un camarero)

La Cotilla se paseaba entre las mesas con un gran bolso en las manos. Fueron muchas las carteras que cayeron en él junto al vino requisado y la comida. De repente, un hombre preguntó a su mujer si había visto su cartera. Era el mismo que había cogido en brazos a la abuela después de la boda. La respuesta fue agria. - ¡Ves a mirar si esa pelandusca la lleva entre sus pechos, imbécil! - El hombre hizo amago de levantarse para ir a hacer la comprobación cuando recibió tal patada en la espinilla que se le saltaron las lágrimas. La abuela quiso rematar la faena. Se acercó a la mesa como si tal cosa y dijo por lo bajini - "Cojo y con la hernia fuera. Lo mismo te contratan en el Circo del Sol" - Luego pasó por detrás de la mujer y Pascualita le saltó a la cabeza. Aprovechando el jaleo que se montó fuimos a felicitar a los novios - "Todo estaba riquísimo ¡Muchas felicidades!" - Les dimos dos besos y salimos deprisa del restaurante. Yo me llevé de recuerdo, la alianza del novio... Me hacía ilusión.

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