domingo, 9 de agosto de 2015

Invisible.

- Nena ¿has visto a tu abuela? - Con una bandeja de ensaimadas recién echas en la mano, Andresito me ha hecho esta pregunta estando yo recién levantada y con las legañas puestas. Mi neurona aún vagaba por las volutas del sueño sin saber que mi cuerpo ya había dejado la cama... Todo esto quiere decir que yo aún estaba zombi . Por eso abrí mucho los ojos y la boca e intenté articular palabra pero no salió ningún sonido. La garganta estaba reseca a consecuencia de mis largos conciertos de ronquidos a los que me entrego todas las noches. Así que estiré el brazo hasta casi tocar a la abuela que estaba, justo al lado de su marido.

Nos sentamos a desayunar y el abuelito me explicó que había encontrado en su almohada, una nota de ella en la que le decía que, a causa de lo mal que está el mundo y queriendo tener un tiempo solo para ella, había decidido hacerse invisible y desaparecer hasta que le de gana volver.

A todo ésto, la abuela se estaba tomando su café con leche y dos ensaimadas frente a mi. El abuelito seguía como si no la viera, hablando de tonterías: política y finanzas bancarias.

Gracias al cola cao con miel empecé a carraspear y le pregunté: ¿Estás bien de la vista? - Perfectamente. Gracias. - Pues yo creo que no... al paso que vas te veo vendiendo el cupón de la Once. - Ya no tengo edad de trabajar pero si pagan bien... - ¿Cuántas ensaimadas has traído? - Diez. - Te has comido dos y yo también... ¿Cuántas deben quedar? - Cuatro. - ¿También estás sordo? - ¿Qué quieres decir con ese TAMBIEN? - Deberían quedar seis, abuelito y solo hay cuatro. - ¡Exacto! Te lo he dicho antes: ¡cuatro!

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaa! ¡Hombre, ensaimadas! Guardaré los croasanes caducados que he cogido del contenedor del súper, para otra ocasión. - No comerá hasta que me diga cuántos estamos en la mesa desayunando. - ¿Estás tonta? ¡Dos! - ¡Cotilla, no somos dos! - Bueno, tres contándome a mi pero como aún no me he sentado...- ¿Y la abuela qué? - ¿Qué de qué? - ¡Eso digo yo! - Perdona, pero lo he dicho yo. - ¡Que más da quién lo haya dicho! - Es muy importante saberlo, boba de Coria, porque luego viene los malos entendidos y se pierden la amistades. - ¡Usted y yo no tenemos ninguna amistad! - Es verdad. Que peso me has quitado de encima.

Me levanté y puse las manos en los hombros de la abuela. - Dejad de hacer como si no la viérais ¡La abuela está aquí! Diles algo a éstos gansos. - Pero de su boca no salió una palabra y siguió comiendo tranquilamente. Después fue a por Pascualita y la metió en su escote. - La sirena acabaría con la farsa. - ¿Dónde está la abuela? le pregunté confiada... Por toda respuesto recibí un chorrito de agua envenenada que guardaba la jodía de la sirena en la boca.

¿Qué estaba pasando? Me lavé la cara veinte veces para despejarme de los últimos jirones de sueño. Y seguí viendo a la abuela. Finalmente, me rendí. - Abuelito ¿qué te decía la abuela en su nota? - Que se ha vuelto invisible y volverá cuando le de la gana. - ¿Y a ti te parece bien? - Me parece perfecto. - Suspiré y dije - Pues a mi también... ¿nos tomamos un chinchón? - ¡Claro! (gritó la Cotilla) ¡Es la hora!

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