sábado, 4 de julio de 2015

El helado.

¡Estoy mojada como una sardina recién pescada! Me cae el sudor a chorros. Las duchas frías me calientan el cuerpo, las calientes me achicharran ¡¿De qué va éste verano?! Ya está bien de cachondeo, hombre.

A Pascualita le he llenado el acuario de cubitos de hielo, hasta tal punto que su piel "humana", ya de por sí repelente, ha ido tomando un color azulado sucio que no me ha dado buena espina. - ¿Te estás congelando? - Por toda respuesta, me ha mirado como los pescados de la pescadería envueltos en hielo. Rápidamente le he puesto más cubitos, pero estos eran de chinchón y parece que le han subido algo el color.

Finalmente, he decidido salir a la calle a comer un helado. Me ha dado pena dejar a la sirena sola. Ya sé que está Pepe que es el hombre, o la cabeza visible, de la casa pero es tan soso el pobre. Tan parco en palabras que he preferido dejarle tranquilo y nos hemos ido las dos mujeres.

Cuando me han traído el helado, doble de chocolate, he abierto el termo de los chinos y nos lo hemos ido comiendo Pascualita y yo tan ricamente... hasta que de un manotazo en la espalda, me ha estampado la cara en el cucurucho. - "¡Mira quién está aquí, Cotilla! Hemos llegado justo a tiempo para que nos invite" -  Lo que quedaba de chocolate estaba ahora esparcido entre mi cara y la ropa. - ¡Espero que pagues la lavandería! - "Me repatea que no sepas apreciar una broma. ¿A quién habrás salido?" - A tu primer marido. sin ninguna duda. (soltó la vecina)

El camarero, solícito, acudió con una bayeta y servilletas para arreglar el desaguisado. - "Nene, tráenos dos helados de Ferrero Roche, guapito... ¿tú quieres algo? (me preguntó solícita) ¡Ay, no jajajajaja que ya vas bien servida!" - ¡La madre que la parió!

Pedí otro helado de chocolate porque me había quedado a medias. Doble también. - Mientras lo comía me aislé del parloteo de las dos amigas y bajé la guardia. La Cotilla se dio cuenta de que, de vez en cuando, llevaba la cucharilla hasta el termo de los chinos. Le dió un codazo a la abuela - ¡Está como una cabra! ¿No tendrá un embarazo psicológico a éstas alturas? - La abuela reaccionó dándome un manotazo. El cucurucho saltó por los aires y aterrizó entre mi cabeza, el termo y el suelo. - Me levanté de un salto - ¡Ya está bien, abuela!

Poco después el camarero, con semblante serio, recogía los restos de chocolate del suelo mientras yo hacía lo que podía con el que llevaba encima. Cuando el hombre regresaba a la heladería la abuela gritó - "¡No está!" - y señaló el termo. - Miré y, efectivamente, Pascualita no estaba. Corrí tras el camarero pidiéndole a gritos los restos del helado de chocolate que llevaba en el recogedor de basura - ¡Dámelo. Lo he pagado y es mío! - Reaccionó rápido. - ¡Usted no ha pagado nada! - ¡Pues lo pago ahora! ¡¡¡Quiero este chocolateeeeeeeeeeeee!!! - ¡Vuelva al manicomio, señora! - ¡¡¡Quiero pagar ahora mismo!!! - Los demás clientes que habían visto todo el espectáculo, me hicieron coro. - ¡¡¡Que pague, que pague!!!

Le arranqué el recogedor de las manos y rebusqué en el chocolate pero... no había nadie. - ¡Tome la factura. Págueme y no vuelva más! - ¡50 euros! - Los helados se los regalo. Lo que paga son las molestias que ha causado.

Me senté junto a las amigas que no se habian inmutado y seguían comiendo y charlando tranquilamente. Yo tenía los nervios a flor de piel y sudaba como si tuviera una manta térmica encima. De repente sentí un dolor terrible y conocido, en el dedo gordo del pie derecho. Pascualita estaba debajo de la mesa y acababa de arrearme un mordisco envenenado - ¡¡¡Pascual...!!! - grité mientras las lágrimas me caían en cascada. - ¿Donde está Pascual?  (la Cotilla se había puesto en pie y movía la cabeza como si fuera un periscopio? - ¿Es aquel... Ese otro... Quién es?

Mientras, yo corría de una punta a otra de la acera, dando saltos y alaridos, aunque cada vez más despacio porque el dedo estaba tomando unas proporciones alarmantes.

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