sábado, 6 de junio de 2015

Hubo una víctima.

Esta noche he dormido en casa de los abuelitos. Me lo recomendó un bombero de los que salen en el calendario que les compré en Navidad. - ¿Tiene usted dónde ir? - Le puse ojos de borrego a medio degollar, voz temblorosa y le contesté: - ¿A su-casa, por ejemplo? - Pero se hizo el duro y no me salió bien la jugada, así que llamé  a la abuela, le conté lo que había pasado y aunque ella se negó en redondo a acogerme, el abuelito se apiadó de mi. - "Que se quede en casa de la Cotilla" - ¡Ni hablar! Tiene que estar con su familia. - "Pero allí tiene la casa en el mismo edificio y en cuanto se levante podrá ponerse a limpiar" - El razonamiento no convenció a Andresito y mandó a Geooorge a buscarme.

A las seis de la mañana la abuela me he despertado. Solo le ha faltado tocar diana trompeta en mano. - "¡Venga. No te duermas en los laureles que tu casa está manga por hombro!" - ¡Aún no han puesto las calles!

Al llegar a casa sentí que se me caía el alma a los pies.  Había agua por todo y olía a quemado que hechaba para atrás. Entré en la cocina a prepararme un cola cao calentito y una magdalena antiquísima que trajo un día la Cotilla y se traspapeló en el estante de la despensa. Tuve que hacerme otro cola cao porque el primero se lo bebió la magdalena.

Más animada, cogí el cubo y la fregona, puse la radio, abrí puertas y ventanas, saqué muebles a la terraza y al balcón para que se secaran y todo esto mientras cantaba, a voz en grito, María de la O. El vecino de arriba no tardó nada en dar golpes con la escoba, enfurecido.

Cuando la Cotilla bajó me encontró haciendo un alto en el trabajo tomando unas copitas de chinchón para que no decayera mi ánimo ante la catástrofe que tenía ante los ojos. En cuanto asomó las narices en el comedor, le grité: - ¡La madre que la parió a usted y a toda su ralea de gurús que nos han desplumado! - Tampoco ha sido para tanto, mujer... La salita está un poco tiznada... la tele de plasma, fundida y retorcida... queda muy original (aquí le tiré una silla que, desgraciadamente, no le dio) El tresillo ya necesitaba un cambio... La lámpara... ¿Había una lámpara aquí? Las cortinas eran feas... reconócelo, nunca has tenido gusto para estas cosas... Que pena que se hayan quemado los caballetes y la puerta con lo bien que quedaban como altar ¡Aayyyyyy! (esta vez acerté de lleno en medio de la frente y la Cotilla cayó, como un saco de patatas, al suelo.

Quince minutos después seguía sin dar señales de vida. Empecé a sentir inquietud mientras veía correr su sangre sobre las baldosas. - ¡Tendré que fregar otra vez! - Llamé a Bedulio, luego bebí un buen trago de chinchón directamente de la botella e intenté que la Cotilla hiciera lo mismo. Cuando llegó el Municipal le comenté que la vecina, parecía haberse matado. El color desapareció del rostro del hombre. - ¿Se ha suicidado? - Míralo tú mismo. Está en la salita.

Mientras tanto fui a por la fregona y el cubo. Al volver, Bedulio tenía los ojos desorbitados. - ¿Con qué se ha golpeado?... No me digas que con la silla. - ¡Que listo eres! - Men-tira co-chi-na (la Cotilla volvía, tartamudeando, del Otro Mundo)

Nos costó un buen rato espabilarla. De repente a mi me entró un desasosiego enorme al recordar que no veía a Pascualita desde el día anterior, durante el incendio, cuando me mordió la mano. ¡Oh, no! Tendría que llamar al periódico que publicaba la noticia para que se desdijera de que, afortunadamente, no había habído víctimas. Había una ¡Pascualita!

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