viernes, 19 de junio de 2015

Elegido.

He dado más vueltas que un molino en la cama pensando cómo debe ser el bebé que me lleve para casa. Es una decisión que no debe tomarse a la ligera porque es para toda la vida... Empecé creyendo que lo mejor era un bebé, cuanto más pequeño mejor pero luego me vi rodeada de biberones, pañales sucios, noches en vela, cólicos, etc. etc. y se me hizo un mundo.

Así que mejor un crío de uno o dos años... Le llevaría a la guardería, le darían de comer, haría allí la siesta y no me causaría problemas... pero recordé lo que dicen las madres: en cuanto empiezan en la guardería cogen todas las enfermedades y te pasas los días en la consulta del pediatra. ¡Pues vaya un tostón!

Si fuese un crío de seis o siete años se le caerían los dientes de leche y no ganaría para regalitos del Ratoncito Pérez. Haría algún deporte y yo estaría arriba y abajo, llevándole a él y sus amiguitos, a entrenos o partidos ¡no tendría vida privada detrás del crío!

 Y no digamos uno de 13 años entrando en la edad del pavo ¡Un quillo! Que difícil es criar un niño. No me veía capaz de ello. Hasta que, sobre las siete de la mañana tuve una idea brillante: nada de críos. Lo que necesito es un chico de veinte años, que ya estará criado y me puede servir para un roto o un descosido. .. Luego me ha surgido otro problema: no conviene que tenga familia. Y si la tiene, cuanto más lejos mejor. ¿dónde encontrar algo así?

Lo comenté con Pepe el jivarizado y con Pascualita mientras desayunábamos. Tal vez ellos me aclararan las ideas pero, no... Así que probamos con el chinchón y fue mucho mejor. En seguida supe que tenía que buscarlo en el aeropuerto! ¿Cómo llegué a éste punto? Supongo que fue la telepatía que hay entre Pepe y yo.

Hacía mucho calor y decidí que, antes de encerrarme durante horas en la terminal del aeropuerto para elegir un biznieto, me daría un baño en la playa cercana. Y todo vino rodado. Dos chicos de unos veinte años, con pinta de ingleses escapados de Magaluf, daban traspiés en la arena camino del mar. No les quité la vista de encima y les vi alejarse mar adentro ente risas e hipos - Estos cafres se van a ahogar, puñeta (pensé) - Así que me lancé al agua por si había que sacarlos. Por un momento pensé que querían llegar a Barcelona a nado. Luego se quedaron sin resuello. Uno se agarró a una boya y se desgañitó pidiendo auxilio hasta que vinieron a rescatarlo. Al otro no lo encontraron en las ocho horas que duró la búsqueda.

La guardia civil dio con él. Estaba en el hotel donde yo lo había dejado, bailando y bebiendo sin acordarse de su amigo. ¡Estupendo! Un cerebro en perfecto estado de revista no me interesaba, en cambio, uno que olvida lo más elemental, sí.

Cuando pase todo el barullo de interrogatorios, papeleo, etc. me lo llevaré a casa y lo presentaré a la familia como El Biznieto. Será una gran sorpresa para todos. Mejor. Diré que es mi hijo secreto y la abuela estará contenta...

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