viernes, 1 de mayo de 2015

Rescatada.

No he pegado ojo en toda la noche por culpa de la abuela. Resonaban en mi cabeza las últimas palabras que me dijo. ¿En qué concretará su amenaza?.. ¿En no heredar la Torre del Paseo Marítimo?
Cansada de dar vuelta y dejar las sábanas echas un higo, me levanté a beber agua. Me acerqué al acuario y, solo entonces, me di cuenta de lo sola que estaba en aquella casa sin Pascualita. Mis pasos resonaban en el pasillo rebotando por las paredes. Varias veces miré hacia atrás porque presentía que me estaban siguiendo ¿Será el tío Camuñas, o el Sacamantecas? pensé, horrorizada. Y ya no pude acostarme, a pesar de que cogí a Pepe para que me hiciera compañía. O tal vez por eso, porque al ver la cara cosida, iluminada por la luz de la lamparilla de noche, tuve más miedo aún.

Bien temprano he salido a la calle, vestida de verde de la cabeza a los pies. Cogí el primer autobús del día para ir al puerto. Al llegar, me presenté a la primera persona que vi. - Buenos días, soy de Greenpeace. - Por mi como si se la pica un pollo. - Aquella respuesta me descolocó. - ¿De qué pollo estamos hablando?

Como a cuentagotas, fueron llegando trabajadores a los que me fui presentando ante su estupor. Lo único que conseguí fue que me reconocieran mi buena educación. Más tarde, cuando zarpó el barco yo iba con los ecologistas. Estaban tan preocupados en que todo saliera bien, que pasé bastante desapercibida. Por eso pude subirme al barco que echaba humo por los cuatro costados e, inmediatamente, corrí escaleras abajo hacia la zona de los camarotes.

Aquel sitio era una sauna finlandesa. Hacía un calor insoportable y sentí que se fundía la suela de mis avarcas. Corrí por las entrañas humeantes del barco, gritando el nombre de Pascualita hasta que la encontré, acurrucada en un rincón y teñida de hollín.

Más contenta que unas Pascuas y sin despedirme de nadie, bajé hasta la barca que nos había traído hasta allí y di órden de que me devolviera a tierra. Cuando no alejábamos me pareció escuchar voces y me giré. Los hombres a los que había saludado por la mañana me despedían puño en alto. Pensé que serían de algún sindicato comunista pero la verdad era que me estaban amenazando entre maldiciones y escupitajos. Se habían quedado sin embarcación para regresar a tierra.

Pascualita estaba bien. Después de una siesta reparadora en su acuario, la metí en el termo de los chinos y nos fuimos a la cárcel. La alegría de la abuela fue enorme. Gritaba el nombre de Pascualita y decía que era la cosa más bonita del mundo. Pronto hubo aglomeración de presas rodeándola y ella sacó dos botellas de chinchón de debajo de sus cama - "¡Brindemos con chinchón para celebrar que mi niña preciosa está viva!" - Alguien me miró de arriba abajo, con incredulidad y dijo: Hay que ver lo que hace el amor de una abuela.

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