jueves, 9 de abril de 2015

Boca sellada.

Sigo sin saber qué pasó entre la abuela, Obdulio y la Cotilla. Por más que he preguntado no han querido contestarme. - Tengo que saber a qué atenerme... ¿lo mato o no?. - "Con lo Boca que eres... ¡Has estado a punto de descubrir nuestro secreto a Andresito!" - ¿Yooooooooo? Pero si tengo los labios más sellados que Pepe. - "No los tienes pero los tendrás. Ya me cuidaré yo de cosértelos con punto de cadeneta"

Todo esto ha ocurrido a mediodía, cuando la abuela y la Cotilla han venido juntas a casa. - ¿Y Obdulio? - "Le hemos dejado pagando las multas del rolls royce" - Era un pasta gansa. Ha sido un poema ver su cara cuando le han presentado la cuenta jajajajaja Acabará "limpiando" cepillos de iglesia como yo (rió la Cotilla) - ¿No vendrá a casa?... Así no aprenderé nunca a jugar al póker (me quejé) - "Nunca aprenderás, alma de cántaro. Eres más tonta que el que asó la manteca" - Más tarde, cuando la Cotilla ya sesteaba frente al televisor, la abuela aplastó a Pascualita, contra mi boca. La sirena, que encima había sido despertada bruscamente, mordió con saña los labios, la lengua y solo le faltó el paladar porque atiné a cogerla por la cola y tirarla lo más lejos posible de mi.

Al momento se me pusieron los labios como los de Carmen de Mairena y la lengua no me cabía en la boca. Sangraba como un cerdo y gritaba igual que cuando lo matan. Corrí arriba y abajo del pasillo, me eche agua fresca a la cara. Los mocos me llegaban al tobillo, las lágrimas me ahogaban ¡No podía respirar! y mientras, las dos viejas estaban pendiente de Jordi Hurtado en Saber y Ganar.

Luego la abuela fue a por Pascualita que estaba conmocionada sobre el aparador. Al tirarla con fuerza lejos de mí, la estrellé contra el espejo del aparador y allí se quedó sin dar señales de vida. A mi también me quedaba poco para irme al Otro Mundo. Apenas veía porque los ojos quedaban hundidos tras los hinchados carrillos. Parecía una muñeca erótica. Para remate no tenía ni el consuelo de ponerme morada de chinchón. No podía comer ni beber. Estaba obstruída. Supongo que no me morí porque respiraría por las orejas.

Todos los cuidados fueron para Pascualita. Mimos y caricias para la fiera corrupia. No pude aguantar tanta injusticia y se la quité a la abuela. Quería estrellarla contra la pared, restregarla y hacer paté de sirena. Extenderla luego (cuando pueda comer) en el pan y merendármela. Mientras pensaba maldades, me mordió en la mano y la solté de golpe. Cayó en mi pecho y mordió, una y otra vez, en el mismo sitio. Ahora, encima, voy de lado.

El vecino de arriba, que no aguanta nada, ha vuelto a darnos un concierto de escobazos en el techo. Harta de todo, he subido a cantarle las cuarenta sin recordar que no puedo hablar. He apoyado el dedo en el timbre y ha sonado hasta que ha abierto la puerta, pero su protesta se le ha atragantado en cuanto me ha visto. Solo le ha salido un alarido desgarrador y ha cerrado de golpe. Luego le he oído gritar: - ¡Los marcianos! ¡¡¡Nos invaden los marcianos!!!

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