martes, 24 de marzo de 2015

¿Tendría que haberme mordido la lengua?

La Cotilla sigue en casa. Y ahora dice que le encantaría estar en la suya, que es dónde mejor está - ¿?- Justamente, ahora que han entrado sus realquilados. Si no pisaba su casa ni por orden del médico. (le dije) - No es lo mismo porque sabía que podía entrar cuando quisiera... - Pero no quería nunca. - Es como lo que nos ocurre a los isleños con el mar. Lo vemos de Pascuas a Ramos pero sabemos que está ahí y eso nos gusta.

- ¿Les ha echo contrato? - Nos hemos escupido en la mano, luego nos las hemos estrechado y ya está. -  Lo mismo son okupas (dije para fastidiarla un poco) - ¡No digas eso ni en broma! No me gusta nada esta gente que se mete en casa ajena por la cara. - Pues Cotilla, acaba de retratarse.

Se enfadó y salió de estampida a sus quehaceres. Me dejó tranquila toda la mañana y volvió con expresión triunfal - Tu abuela me ha encomendado una misión: Tengo que espiarte para que no te arrimes al Municipal... ¿Qué le has echo al pobre? ¿Lo has querido violar? - ¿No se lo ha contado?

No lo había echo. Pero yo sí y vi cómo le cambiaba la expresión a la vecina - Tu abuela siempre fue una Mata-Hari que se llevaba a los hombres que le interesaban... Obdulio era atractivo y muy poderoso. Nunca me contó que había estado con él... Ahora entiendo que tuviera siempre la despensa tan llena cuando las de los demás daban pena. Eran los años del estraperlo y si te pillaban te lo hacían pasar muy mal. - Pues parece que ella se lo pasó muy bien ¿Seguro que Bedulio no es mi tío? - No pondría la mano en el fuego... Un momento ¿Así que él sabía que nos habíamos cargado a tu abuelito..?. - Perdón. Lo que sabía era que USTED se lo había cargado.

- ¡Tu abuela es una bruja! !Me podrían haber dado garrote vil y ella irse de rositas! - En el comedor sonó un ¡CHOF! que puso de los nervios a la Cotilla. Yo hice como que no había oído nada. Pero el !CHOF! se repitió varias veces más. - ¿Lo has oído, verdad? Es tu... abuelito... ¡No me esperes a dormir!

Quedamos solos Pascualita, Pepe y yo. Y puse en práctica un experimento que me venía rondando por la cabeza desde hace tiempo. Conté el cuento de La Sirenita (para ver cómo reaccionaba el bicho repelente) mientras merendábamos magdalenas con cola cao. No pareció interesarle a nadie. Es más, Pascualita, harta de oírme, bostezó repetidas veces. - ¿No quieres saber lo que le pasó a tu paisana? - Por toda respuesta, se impulsó con la cola y saltó, en bomba, al acuario, luego se asomó e hizo el signo de OK con sus deditos después de haber puesto el suelo perdido de agua. - Fue el momento en que llamaron a la puerta. Abrí y ahí estaba Bedulio. Y en lugar de darme un mordisco en la lengua, dije: - Hola, tío.


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