lunes, 30 de marzo de 2015

La rueda de la Justicia sigue rodando.

No recuperé el habla hasta que volví a ver a la abuela. Y no fue Obdulio el motivo, sino la rabia que me dio que se llevara a Pascualita y a mi me dejara tirada como una colilla. - ¡Tu nieta soy yo! Y siempre me ninguneas. - "No es eso, mujer. Es que tiene una conversación más amena que la tuya. Incluso Pepe es más ameno" - ... Debo reconocer que tiene razón... Pero no seré yo quién lo admita delante de ella. Así que me hice la ofendida mucho rato... cinco minutos, más o menos y luego le conté que su antiguo amante había estado aquí. - "Es más pesado que una vaca en brazos este hombre... Tendré que dejarle las cosas más claras aún" - Pero si dices que no te hace caso...

Pascualita, cansada de tanto baile regional y mareada perdida por las vueltas que había dado la abuela con las jotas, se pasó el resto del día durmiendo sobre la arena del fondo del acuario. Por la tarde, justo cuando la novela estaba en lo más interesante, vino Bedulio preguntando por la Cotilla. - Está de trapicheos... ¿No vendrás a detenerla por robar los cepillos de las iglesias, verdad? - ¡No me cuentes nada o tendré que hacerlo!... ¿Se dedica a esto? - Y a otras cosas. A la magia negra, por ejemplo. Pasa y verás el altar que le tiene montado a su Maestro espiritual, Luis Bárcenas. Le enciende velas de las que se lleva de las iglesias proveedoras. Pero mucho me temo que, el día menos pensado, ponga velas negras. - ¡Calla! No quiero saber nada de lo que pasa en esta casa. - Pues no preguntes, tío (lo dije en plan familiar pero este hombre es tan obtuso que no se entera)

- ¡Te dije que no me faltaras al respeto! - ¿Tu padre no te ha contado nada de sus andanzas con mi abuela, antes de la guerra? - ¿Qué guerra? - Pues... ahora que lo dices... Sería cuando Napoleón invadió España. - Pues no. - Pregúntale y verás como tengo razón al llamarte tío.

Se quedó mirándome sin querer creer nada de lo que se empezaba a imaginar. Entonces, cambió de tema para volver a otro menos incómodo para él. - He venido a detener a la Cotilla. Parece que la historia de que envenenó a tu primer abuelito, tiene fundamento. - Si quieres hacerla feliz, deja que la entrevisten para un reportaje en portada y en la televisión. - ¿Qué haga feliz a una asesina? (puso cara de asco) - Oye, que tampoco se trata de que te acuestes con ella. Le encantaría tener su ratito de gloria como a todo hijo de vecino. - Ya sabía yo que no tenían que enviarme a mi a detenerla. (dijo entre dientes)

La abuela llamó por teléfono, interrumpiéndo la conversación y aproveché para contarle lo que pasaba. - "Díle al memo ese que se ponga" - Lo único que escuché fue las respuestas de Bedulio que sonaban entrecortadas - ¡¿Qué?!... ¡Oh"... ¡No, no! ... ¿Mi padre?... ¡No puede ser! ... ¿Corrupto? ... ¿Encubridor? ... Ay, ay, ay... ¿Vieron a Napoleón? - Justo aquí oí claramente la voz irritada de la abuela, gritando: - ¡¡¡La madre que te parió, Bedulio!!!

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