martes, 6 de enero de 2015

En Liverpool hemos tenido de todo lo que cabía esperar por éstas fechas ¡hasta nieve! A la única que cogió preparada la nevada fue a Pascualita porque iba metida en el termo de los chinos con agua caliente, las demás en seguida nos quedamos heladas como cubitos.

Se levantó un viento gélido y entramos en una tienda a comprar gorros porque nuestras orejas iban a caerse en cuanto llegáramos al punto idóneo de congelación. Cogí la primera gorra que vi y me la puse en la calle. Me venía grande y el viento jugaba con ella. Entonces me acordé de Pepe, la cabeza jibarizada, a quién mi gorro le serviría de tienda de campaña... ¿El frío me estaba reduciendo la cabeza? ¿Acabaría teniéndola tamaño llavero? Que sensación tan angustiosa sentí  mientras me encogía y arrebujaba en mi abrigo.

Entonces, como si alguien hiciera mágia allá en las alturas, empezó a nevar. Grandes copos de nieve se hicieron los amos de las calles. Nuestros paraguas fueron zarandeados por ráfagas de viento y alguno acabó, inservible, en la papelera. A los demás debíamos sacudirle la nieve que amenazaba con cargárselos po el peso. Nos fuímos a casa. Había que subir hasta lo alto de la colina por la cuesta empinada, uchando contra la ventisca, iniciamos el ascenso con la vista puesta en la búsqueda de un taxi.

La abuela enseñaba la pierna cada vez que oía el ruído de un motor pero, o la nieve no dejaba verla o los ingleses no estaban por la labor de que unas extrañas le llenaran el coche de agua helada. Seguimos ascendiendo a duras penas. De repente la abuela bailó un zapateado sobre la acera helada - "¡Maldita sea.  Andresito está en casa, tan ricamente, al calor de la calefacción mientras yo, que le pago, me estoy quedando pajarito!" - Llámale, abuela, que no siento las piernas. - "Como no sea a gritos... El móvil no funciona aquí" - Miré la luna de un escaparate y vi a tres muñecas de nieve, con carámbanos de hielo colgando de los gorros, arrastrándose penosamente por la acera.

Llegamos a la Catedral gótica. La tormenta de nieve y la luz mortecina que a penas la iluminaba, junto a la visión de centenares de lápidas funerarias, una junto a otra, no levantaron nuestro ánimo pero nos hicieron reaccionar. La primera que salió corriendo a pesar del crujido de sus huesos helados, fue la Cotilla que alcanzó la cima de la colina con bastante ventaja sobre nosotras. La segunda fue la abuela porque patinó varias veces en las capas de hielo escondidas bajo la nieve. Las botas rojas de afilados tacones le jugaron una mala pasada. Yo corrí como una loca, acuciada por el pánico que sentía al escuchar el repiqueteo de una dentadura junto a mi - ¡Abuelaaaaaaaaaaa, no me dejes que me persigue un esqueleto medieval!

Al llegar a casa caí en la cuenta de que eran mis dientes a causa del frío. La voz de la abuela resonó en la noche mientras un taxi ¡a buenas horas! pasó bajo la farola que está junto a nuestra casa - "¡Taxista, jodío. Que te vayan dandoooooooooo!"

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