domingo, 18 de enero de 2015

El abuelito me ha llamado bien temprano a pesar de ser domingo. ¿Es que ésta gente no duerme nunca? - Nena, te mando a Geoooorge para que te recoja y te traiga a casa. - ¿Me invitas a desayunar? - No. Es que tu abuela no está bien. - Pues llama al médico, hombre de Dios. - Mi hijo está aquí pero ella quiere que vengas a cuidarla. - ¿Yooooooooooo? ¿Y tú para qué estás? - Dice que la pongo nerviosa... traete también a la Cotilla. - Pero si no te cae bien. - Ya. Pero ya sabes cómo se pone tu abuela cuando le llevo la contraria... Cuando vengáis, yo me iré y se quedará tranquila. - ¡Que cuajo tienes, abuelito!

La Cotilla se alegró mucho de ir a la Torre del Paseo Marítimo. Así podría darse una vuelta, o dos, por el barrio y ver qué sacaba de los contenedores de basura. - Delicatessen (me dijo) - Cuando llegó el mayordomo con el rolls royce, lo estábamos esperando en el portal.

La abuela estaba sentado en una cómoda butaca de orejas, contemplando la bahía de Palma desde la cristalera del salón. - ¡Madre mía! ¿qué te ha echo el salvaje de tu marido? Con razón ha salido por pies cuando hemos llegado. ¿No me digas que aún no lo has capado? - "¿De qué hablas? - De lo que te ha echo en la cara. si pareces un Cristo. - "Esto me lo hizo, ayer, un gato" - ¿Y no lo capaste? - "Según tú, tendría que estar fabricando eunucos todo el día"

La cara, el cuello, las manos y el escote de la abuela estaban cruzados de arañazos, algunos bastante profundos. "Menuda noche he pasado por culpa del dichoso gato. ¡Voy a denunciar a su dueña! Una fiera como esa no puede circular suelto por la calle" - El animalito se guió por su instinto. Olió a pescado y fue a por él. - ¿Llevaste un pescado a bendecir? (se extrañó la Cotilla) Que rara te has vuelto desde que eres rica. Me voy que no quiero contagiarme la tontería que tienes. - Entonces aproveché para entregarle el termo de los chinos a la abuela. No me gusta que Pascualita se quede sola en casa.

El Médico me saludó con cariño. Hacía tiempo que no nos veíamos - Te he echado de menos (susurró en mi oído) No he encontrado a nadie que me lo haga como tú (mientras hablaba, sus ojos brillaron de lujuria) - No habrás buscado bien (y le guiñé un ojo) - Lo encontré más guapo que nunca y por un momento pensé que sería el padre idóneo para mi hijo, el futuro biznieto de la abuela. Pero entonces puso cara de súplica y me enfadé. ¿Por qué suplicaba? Era un hombre echo y derecho que, seguramente, se llevaba a las mujeres de calle en cuanto le veían sonrei. No quería que me suplicara sino que me enamorara, pero de momento no estaba por la labor. Así, que le dije que me acompañara a la terraza. Y una vez allí, mientras aspiraba una bocanada de aire frío, le di una patada en la espinilla que se le saltaron las lágrimas. - ¡Gra...cias...! - dijo, el masoca cuando pudo respirar .
 

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